17 Octubre 2016
Una entrevista con Mark Weisbrot por Nacho Berdugo
La Circular nº5 (Instituto25M), pp. 114–125
Nacho Berdugo: Después de asistir a los principales acontecimientos políticos que han tenido lugar en el último año en los países miembros de la Unión Europea, tales como la crisis humanitaria de refugiados, la recesión económica, el repunte de los casos de xenofobia, los ataques terroristas o el brexit. ¿Cuáles son las coordenadas políticas y económicas que vamos a ver en el viejo continente a corto y medio plazo?
Mark Weisbrot: Entre todas las dificultades que está afrontando la Unión Europea actualmente, creo que la más importante es el problema estructural de la eurozona, esta es la principal causa del elevado desempleo en la UE que, por cierto, sigue siendo el doble que en Estados Unidos. La Unión Europea se está aproximando a una “década perdida” desde el comienzo de la crisis financiera mundial, debido a la recesión y el continuo recorte de las conquistas sociales y económicas en las diferentes regiones. Todo esto contribuye a la creación de un escenario donde resurge con virulencia la xenofobia, el racismo y, en consecuencia, las formaciones políticas de extrema derecha (como es el caso del Reino Unido y Francia), asimismo empeora notablemente la crisis de los refugiados, agravada por un contexto de desempleo e innecesarias restricciones en el gasto público que invalida la posibilidad de absorber a este colectivo. Por otra parte, la crisis de refugiados es, en esencia, el resultado de las políticas exteriores aplicadas por la coalición entre EEUU y la Unión en Oriente Medio, hecho que generalmente es ignorado. De modo que sin un cambio urgente en estas políticas es imposible encontrar una solución real a lo que acontece.
El problema básico es que los gobiernos de los países que integran la eurozona renunciaron a su soberanía nacional para hacer valer sus principales políticas económicas. Peor aún, estos gobiernos cedieron su control sobre política económica a un grupo de instituciones y personas (Comisión Europea, Banco Central Europeo, Fondo Monetario Internacional y los ministros de finanzas del Eurogrupo) con una feroz agenda neoliberal en clara contradicción con los intereses de la mayoría de los europeos. Así que, por ejemplo, en 2011 y la mayor parte de 2012 las citadas autoridades europeas prolongaron deliberadamente una exacerbada crisis financiera, empujando a las economías locales en diferentes ocasiones al abismo del colapso. Pues bien, el objetivo no era otro que presionar a los gobiernos electos más vulnerables del Eurogrupo en la adopción de políticas que la gente nunca hubiera votado. Como consecuencia de dicha extensión intencionada de la crisis financiera, Europa ha tenido que hacer frente a dos años extra de recesión, que en EEUU, por ejemplo, fueron evitados. Las autoridades europeas hicieron esto para promover reformas estructurales de carácter neoliberal, incluyendo recortes en sanidad pública y pensiones, garantías para desempleados, y una reforma laboral que limita el poder de negociación de los sindicatos. Se pueden leer muchas pruebas documentales que explican con todo lujo de detalle la citada agenda, como por ejemplo en el artículo IV de consultas del Fondo Monetario Internacional con los gobiernos de la Unión Europea.
La propia Unión Europea ha adoptado progresivamente un proyecto neoliberal, por ejemplo, con el mal llamado Pacto de Estabilidad y Crecimiento Europeo aprobado en marzo del 2012 y aplicable al conjunto de la Unión Europea, no solo a la eurozona. Dicho acuerdo está construido sobre los errores del Tratado de Maastricht y representa otro gran obstáculo en el compromiso europeo de expansión fiscal, incluyendo inversión pública, que es necesario para hacer que las economías locales tiendan al pleno empleo. Así que el gran reto para las fuerzas progresistas en Europa será negociar y reemplazar este proyecto neoliberal por un paquete de políticas que sean capaces de recuperar el progreso económico y social en Europa. Esto no va a ser sencillo pero por el momento ya hemos visto un gran cambio en materia de política monetaria con un alivio cuantitativo similar al de Estados Unidos, donde el próximo paso es cambiar la política fiscal, a pesar de que la situación de desempleo masivo es muchísimo peor en Europa. Los europeos tienen, necesariamente, que revertir el proceso neoliberal de implementación de reformas estructurales.
Parece que en Grecia se confirman los peores temores desde la llegada del gobierno de Alexis Tsipras, la recesión económica se instala como un proceso irreversible al tiempo que las políticas de austeridad están teniendo un impacto gravísimo en la sociedad griega. En este escenario, parece prácticamente imposible desbloquear la situación griega sin una condonación parcial de la deuda. ¿Cuál es su diagnóstico para el pueblo heleno?
Hasta el propio Fondo Monetario Internacional ha reconocido que Grecia va a necesitar una cancelación de parte de su deuda para regresar a niveles de crecimiento sostenible, pero el problema más urgente a corto plazo es, de nuevo, la política fiscal. Las autoridades europeas siguen exprimiendo la economía griega con políticas de austeridad que no van a permitir una salida de la recesión, y ni mucho menos reducir en un 23 % la tasa de desempleo (más del 50 % si hablamos de la juventud).
Están insistiendo en la idea de que Grecia tiene que alcanzar un superávit presupuestario del 3.5 % para 2018, nivel que ya ha sido prácticamente alcanzado durante los siete primeros meses del presente año pero que no es compatible con la recuperación económica. Con respecto a las razones políticas, existe una mayor incertidumbre, parece evidente que las autoridades europeas tenían una estrategia política de “cambio de régimen” el pasado año, antes del referéndum de julio sobre austeridad, y es posible que todavía quieran deshacerse de Syriza a pesar de la derrota a la que fue sometida la formación después del mencionado referéndum. Sea como fuere, siguen manteniendo la economía griega en recesión, incluso el FMI se ha mostrado en contra de esta decisión presionando para conseguir cierto alivio en el pago de la deuda que las autoridades europeas han hecho prevalecer hasta la fecha. Creo que este disentimiento por parte del FMI representa una diferencia entre Washington y los líderes europeos, dirigidos en buena medida por Alemania. A Washington no le importa demasiado el proyecto neoliberal de estos líderes europeos y mira a Grecia a través de una suerte de lente geoestratégica, que expresa sobradas preocupaciones de que el país heleno pudiera ser eventualmente expulsado del euro si las presentes políticas continúan. Considerando que sus socios europeos tienen otras prioridades y habiendo confirmado el año pasado que Grecia no iba a salir del euro, ahora solo quieren presionar a Syriza al máximo. Es difícil saber si el partido liderado por Alexis Tsipras tiene algún poder real de negociación en este contexto porque realmente no han hecho ningún intento de usarlo.
Desde un punto de vista puramente económico, parece claro que Grecia afrontaría mejores circunstancias a día de hoy si hubiera abandonado el euro hace seis años. No cabe duda de que habría experimentado una crisis durante un pequeño periodo de tiempo nada más abandonar, pero si comparamos con las crisis financieras asociadas a devaluaciones en las dos últimas décadas, los perjuicios económicos son mucho más leves en comparación con lo que Grecia ha perdido.
Desde una perspectiva política es verdaderamente complicado para los gobernantes asumir el riesgo que implica la crisis temporal después de una posible salida, especialmente cuando la mayoría del electorado no comprende la ciencia económica que está en juego y por otros motivos quiere mantenerse dentro de la eurozona. Esta es una de las razones por las que las autoridades de la Unión Europea enunciaron amenazas de corte mafioso antes de que el brexit fuera votado, y muchos todavía quieren castigar esta decisión con toda la dureza posible. En resumen, no han querido nunca que nadie pensara que hay vida más allá de la eurozona (o de la Unión Europea en el caso del Reino Unido).
En términos de ciencia económica es evidente que muchos gobiernos europeos si hubieran querido alcanzar el pleno empleo en los siete últimos años lo hubieran tenido infinitamente más sencillo fuera del euro.
Salvando las distancias con Grecia, la economía española crece a una velocidad extremadamente lenta, el desempleo juvenil es alarmante (superior al 40%) y las políticas de austeridad siguen endureciéndose. En este escenario, asistimos a otro contexto de bloqueo político en el que el viejo bipartidismo trata de no perder su total hegemonía y Podemos no logra alcanzar la fuerza electoral para liderar un cambio político en España. La situación política del país se encuentra en stand by después de las segundas elecciones consecutivas y sigue reinando un panorama de incertidumbre. ¿Cuál es el pronóstico –a su juicio– para España y cómo podría enmarcarse en el contexto de la Europa del sur?
Podemos ha conseguido grandes avances políticos en muy poco tiempo. Pese a que es difícil predecir qué va a ocurrir en un futuro próximo, resulta complicado augurar cierto éxito a cualquier gobierno que profundice en la presentes políticas de austeridad. La recuperación económica que España ha experimentado desde la segunda mitad del 2013 ha sido conducida, en gran medida, por influencias externas favorables, incluyendo un cuantitativo alivio por parte del Banco Central Europeo y la bajada de precios del petróleo. Igualmente, el gobierno no ha cumplido sus objetivos fiscales escapando de esta manera de la austeridad que había prometido. El PP prevé continuar con los ajustes presupuestarios que debilitarán o directamente abortarán cualquier posibilidad real de recuperación. Por su parte, el FMI ha pronosticado que España seguirá teniendo un 16-17 % de desempleo cuando alcance su potencial Producto Interior Bruto, para lo que todavía quedan unos años. En otras palabras, están diciendo que este masivo nivel de desempleo es básicamente pleno empleo, la mejor de las opciones posibles.
Podemos ha presentado un programa económico viable que situaría a la economía en parámetros muchos más cercanos al pleno empleo, en el Centro de Investigación en Economía y Política (CEPR) hemos hecho un trabajo parecido que muestra que es posible llevarlo a cabo sin abandonar la eurozona. España cuenta con una recaudación de impuestos relativamente baja, así que existe un cierto margen para aplicar una subida de impuestos a las rentas más altas y emplear esta recaudación en inversión pública y otros gastos orientados a aumentar el crecimiento y el empleo.
El costo de los préstamos es extremadamente bajo ahora mismo, con los bonos a 10 años del gobierno español a un interés de menos del 1 %, así que hay mucho espacio para una política fiscal expansiva. España representa la cuarta economía más grande la eurozona, seis veces superior a la griega, de modo que un gobierno de izquierdas en España tendría mucha más capacidad de negociación con las autoridades europeas que la que ha tenido Grecia.
La campaña del miedo y la desconfianza hacia Europa ha ganado en Reino Unido, las tesis más reaccionarias de rostros notables como Boris Johnson o Nigel Farage se han impuesto en un referéndum que pide la salida de la Unión Europea. ¿Cuál es la viabilidad real de este proceso a medio y largo plazo en un país dividido a este respecto? ¿Cuál sería el impacto económico real de esta decisión si finalmente se acabara materializando?
También ha habido una campaña de miedo por el otro lado –el “antibrexit”–, que ha incitado a la permanencia en Europa. Las grandes corporaciones mediáticas, el FMI, la OCDE, el Tesoro Británico se confabularon para predecir que el cielo se caería si ganaba el sí, pero obviamente no ha sido así: no parece que el desempleo esté aumentando y los mercados financieros repuntaron y se mantienen calmados. El voto a favor del brexit parece fundamentalmente un voto de protesta de una mayoría de ciudadanos cuyos ingresos todavía se encuentran muy por debajo de los niveles previos a la recesión.
Este voto del sí al brexit representa un problema muy similar al del resto de Europa. El centro izquierda (en el Reino Unido el Nuevo Laborismo) abrazó un internacionalismo que abandonaba el interés de la mayoría y especialmente el de los trabajadores, creyéndose el proyecto neoliberal de la “nueva Europa”. En Grecia y España, donde las condiciones estaban maduras para ello, hubo en cambio una considerable fracción del centro izquierda que desertó y se pasó a la izquierda (Syriza y Podemos son un claro ejemplo). Sin embargo, esta balanza también podría haber virado hacia la derecha, como es el caso de Francia con el Frente Nacional o del Reino Unido con el Ukip. Este problema es fundamental y todo indica que la izquierda europea tendrá que abanderar un nacionalismo económico progresista llamado a reconocer la vital importancia de la soberanía económica nacional para la democracia más básica (Syriza fue muy exitosa en dicha pugna hasta ser derrotada por las autoridades europeas). En esta era en la que el neoliberalismo tiene tan asegurada la hegemonía en los más altos círculos de poder e intenta minar de forma agresiva el Estado de bienestar, perder la disputa de su agenda en nombre del internacionalismo es abandonar a toda una generación a su programa, lo que, por otra parte, puede alimentar el crecimiento de la extrema derecha.
El problema es mucho más grave en la eurozona que en el Reino Unido debido a los profundos problemas estructurales que ya he mencionado. Sin embargo, mucha gente que es considerablemente de centro o izquierda están confusos, piensan que, en cierto modo, es más importante apoyar el internacionalismo y las instituciones europeas, incluso cuando estas instituciones están comprometidas con la reducción de los niveles de vida y la creación de desempleo masivo para millones de sus ciudadanos y residentes. Stathis Kouvelakis, profesor de filosofía política y miembro del comité central de Syriza, señalaba que incluso ciertos marxistas europeos compartían esta visión a partir de la cual “es más sencillo imaginar el fin del capitalismo que el fin del euro”.
Haciendo un breve y sintético análisis, ¿cuál cree que es el estado de la economía estadounidense y cómo encajan en este escenario las diferentes propuestas económicas encabezadas por Donald Trump y Hillary Clinton?
El presente proceso de recuperación económica en Estados Unidos es uno de los más débiles desde la era enunciada por el fin de la Segunda Guerra Mundial. A pesar de que la tasa de desempleo de junio era de 4.9 %, si nos fijamos en el desempleo entre los trabajadores más jóvenes (25-54 años) necesitamos 2.5 millones de puestos de trabajo más para situarnos en los mismos niveles de empleo previos a la recesión. Sin embargo, la economía estadounidense luce excelente si la comparamos con la europea, y me atrevería a atribuir esta diferencia al hecho de que más allá de las limitaciones democráticas en materia económica, en Estados Unidos existe mucha mayor responsabilidad que en la eurozona. Tanto Estados Unidos como Europa afrontan problemas muy similares, pero el Viejo Continente presenta un estado de mayor gravedad ante las mismas enfermedades. En política fiscal, no tuvimos el terrible proceso de austeridad procíclica de Europa, pero el estímulo inicial entre 2009 y 2010 fue solo una pequeña fracción de la anual pérdida de demanda desde el estallido de la burbuja del mercado inmobiliario y los recortes del Estado y la administración local. El gasto per cápita del gobierno durante los dos primeros años fue muy débil en comparación a previos procesos de recuperación.
La política monetaria estadounidense estuvo muy por delante de Europa también, con la Reserva Federal rebajando los tipos de interés a casi cero y manteniéndolos ahí durante ocho años. También asumió una flexibilización cuantitativa y terminó creando 3.7 trillones de dólares desde la Gran Recesión.
Resulta difícil prever lo que Trump haría porque sus posicionamientos cambian con frecuencia, probablemente recortar impuestos para favorecer a los más ricos. En cualquier caso, Wall Street no confía en él y su dinero irá destinado a Hillary Clinton. Gran parte de los políticos republicanos rechazan a Trump por su populismo: se opone al Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica (TPP) y promete no hacer recortes en seguridad social y cobertura médica.
Hillary Clinton ha adoptado parte del programa progresista de Bernie Sanders, incluyendo medidas como la universidad gratuita para la mayoría de familias, oposición al TPP y una subida de pagos en seguridad social. Sus lazos con la donación económica de grandes corporaciones y Wall Street son muy conocidos, sin embargo es muy poco probable que lleve a cabo el paquete de medidas aprobado por su marido durante su mandato, medidas que provocaron terribles cambios estructurales: Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), la reforma del Estado de bienestar, la Organización Mundial del Comercio (OMC), y la desregulación financiera. El planteamiento de Hillary Clinton se parece más al de Obama y tendrá, a buen seguro, un impacto general positivo a pesar de su débil pero significativa reforma de la asistencia médica. El área de política exterior es el que más podría preocupar en una hipotética presidencia de Clinton, debido al apoyo mostrado en el pasado a las guerras de Iraq, Libia, Siria y su agresiva postura hacia Irán.
Los movimientos sociales que han ido apareciendo al calor de la campaña de Bernie Sanders ejercerán, sin duda, una considerable presión.
Trump ha construido con tremenda habilidad una figura de outsider “salvador de la patria”, jugando con la desafección política de gran parte de la clase obrera y clase media blanca. En un contexto donde la inmigración es un fenómeno al alza y la lengua española inunda cada rincón del país, ¿cuáles son las posibles consecuencias de la extensión y consolidación de este discurso xenófobo entre amplios sectores de la población nativa?
Creo que Trump ha hecho mucho daño apelando al racismo y la xenofobia, pero esto seguramente no va a tener un impacto duradero. Los votantes latinos son un electorado muy importante en constante crecimiento en Estados Unidos, la estrategia racista y anti inmigración que han tenido oportunidad de presenciar en la presente campaña de la mano de Trump y otros políticos no es otra cosa que una estrategia fracasada. Trump nunca ha estado realmente en disposición de disputar la presidencia, ganó las primarias republicanas porque consiguió dos billones de dólares de cuota mediática gratuita. Si Bernie hubiera conseguido en alguna parte esa representación mediática, habría ganado la nominación demócrata y estaría bien posicionado para ganar la presidencia.
La atención mediática internacional que Trump ha recibido ha proyectado una figura de una importancia que no se corresponde con su papel real en la política americana. Su legado va a ser la muerte del Partido Republicano, que tiene pocas posibilidades de ganar unas elecciones generales en un futuro próximo, y que se mantienen en la Cámara de Representantes a través de manipulaciones y la estrategia de supresión del voto.
Después de que Bernie Sanders haya sido descartado como candidato demócrata en la carrera presidencial estadounidense y Hillary Clinton se haya reafirmado como sólida candidata del establishment, ¿es posible seguir ahondando en el proceso de regeneración política que el de Vermont inició o, por el contrario, los márgenes de transformación dentro del Partido Demócrata se han demostrado nulos?
La campaña de Sanders no tiene precedentes en la política estadounidense: un socialdemócrata, que se identifica a sí mismo como socialista, sin financiación de la elite o fuentes corporativas, ganó 22 Estados en las primarias demócratas y estuvo realmente muy cerca de ganar la nominación –y probablemente la presidencia– si en determinados momentos hubiera cambiado su estrategia. A día de hoy, la organización de Bernie Sanders sigue reclutando voluntarios y recaudando dinero para los candidatos (al Congreso y a las oficinas locales) organizados en torno a un programa progresista. Este es el verdadero legado de la campaña presidencial de 2016 y, seguramente, va a cambiar el país más que cualquiera de los actuales candidatos a la presidencia. El propio Partido Demócrata no representa un claro obstáculo al cambio político como sí lo hacen los partidos centristas europeos, puesto que cualquier ciudadano puede competir en la nominación demócrata para cualquier oficina sin necesidad de haber sido demócrata o haber hecho concesiones políticas al partido.
¿Cuál es su diagnóstico para las próximas elecciones generales de noviembre y cómo se podría estructurar la agenda política norteamericana en función del mismo?
Hillary Clinton va a ganar con toda probabilidad la presidencia y los demócratas se harán con el Senado pero no con la Cámara de Representantes, salvo que Trump experimentara una fuerte derrota. En el frente económico se está desarrollando una importante lucha para impedir que la Reserva Federal suba los tipos de interés que ralentizaría el crecimiento económico y la creación de empleo.
Las bases del Partido Demócrata, más movilizadas después de la campaña de Bernie Sanders, intentarán ejercer presión a la administración Clinton en torno a cuestiones relacionadas con el cambio climático, la subida del salario mínimo a 15 dólares, la extensión de la atención sanitaria y las ayudas de la Seguridad Social, así como otras medidas para reducir la pobreza y la desigualdad. También se prevé que ejerzan cierta presión en materia de relaciones exteriores y guerra, incluyendo la posibilidad de que Clinton interceda más con respecto a Siria.
Las sociedades occidentales, primero en Estados Unidos con el new deal y más tarde las europeas tras la Segunda Guerra Mundial, han desarrollado la condición de ciudadanía a través del empleo. Desde los años 80, hemos visto como este diseño se ha ido descomponiendo. Si para ser ciudadano hay que tener un empleo, ¿podríamos decir a día de hoy que estamos antes una crisis de ciudadanía?
El desempleo masivo en Europa es el resultado abrumador de la política macroeconómica, no del cambio tecnológico. Es trágicamente irónico que en un tiempo de deflación, donde el dinero es libre e incluso obtiene tipos de interés nominal negativos en algunos países, los líderes políticos no se vean obligados a implementar políticas –incluyendo inversión pública– destinadas a crear empleo y cumplir con objetivos sociales cruciales, como por ejemplo la reducción de las emisiones de dióxido de carbono. Hasta cierto punto es un problema de educación pública, ya que gran parte de la gente no comprende la economía más básica y lo que se tiene que hacer al respecto. Aunque en Europa el problema estructural de la falta de democracia en la eurozona hace que las cosas sean mucho más complicadas que en Estados Unidos.
¿Cree que la renta básica universal podría garantizar seguridad al tiempo que impulsa un tejido productivo más innovador?
No parece que sea una manera práctica de reducir la pobreza, por lo menos en un futuro a corto plazo, quizá más adelante. Por el momento, con el mismo presupuesto, una enorme cantidad de población podría salir de la pobreza con programas específicos, más allá de dar a todo el mundo –ya sean ricos, pobres o en una situación intermedia– la misma cantidad de dinero.
No hay ninguna razón por el momento para pensar que la robótica va a crear un desempleo masivo, en ningún caso mayor que el desempleo creado en los 60 del pasado siglo a consecuencia del rápido cambio tecnológico y el aumento de la productividad. De manera similar, no acepto la idea de que la social democracia esté muerta, de hecho está reviviendo en Estados Unidos, como ha mostrado la campaña de Sanders. No voy a profundizar en todos los argumentos acerca de si la renta básica es un cambio viable o necesario, Vicenç Navarro ya ha resumido estos argumentos en muchas ocasiones. Si existe un país donde esta idea tenga la suficiente fuerza como para ser implementada –en ausencia de otras propuestas más practicas– podría llegar a representar un avance.