12 Octubre 2017
Mark Weisbrot
Últimas Noticias, 5 de octubre, 2017
HuffPost, 28 de septiembre, 2017
US News and World Report, 28 de septiembre, 2017
Mientras que la guerra de palabras entre los gobiernos de Donald Trump y Kim Jong Un se agudiza para asemejarse a un duelo de insultos entre niños, dando lugar a una escalada de amenazas militares, el mundo se estremece ante las posibles consecuencias. Al parecer, el Pentágono estima que un ataque de Corea del Norte contra el Sur con armas convencionales acabaría con la vida de 20.000 personas al día; pero las muertes podrían alcanzar los millones en el caso de una guerra nuclear.
Mientras tanto, en Yemen, EE.UU. ya interviene militarmente, lo cual ha sido señalado por grupos de ayuda humanitaria como crímenes contra la humanidad. Las fuerzas militares de EE.UU. participan en el repostaje de los bombarderos saudíes, al igual que en su definición de blancos, teniendo como producto la muerte de miles de civiles. Al bloquear la importación de alimentos, la intervención que lidera Arabia Saudita en la guerra civil de Yemen ha llevado a más de 7 millones de personas al borde de la inanición.
Los “saudíes pretenden crear una hambruna a propósito en el interior de Yemen, con el fin de matar de hambre a los yemeníes hasta forzarlos a la mesa de negociación”, y “los Estados Unidos son cómplices”, señaló el senador Chris Murphy.
Como resultado de la destrucción, Yemen sufre actualmente el peor brote de cólera en el mundo, infectando a más de 500.000 personas, con al menos 2.000 muertes hasta los momentos. La ONU estima que un niño muere cada 10 minutos en Yemen por causas prevenibles.
Cuando nuestro gobierno amenaza con aniquilar naciones enteras, o participa en la crueldad masiva y el castigo colectivo en lugares lejanos, vale la pena por lo menos tratar de entender por qué sucede. Aunque se trate de crímenes ilegales (las propia amenazas de Trump contra Corea del Norte están proscritas por la Carta de la ONU) y nada los puede justificar, nuestros líderes políticos y analistas en materia de políticas, no obstante, llenan los grandes medios con lógicas que muchas veces logran el respaldado, por lo menos tácito, de gran cantidad de gente que debería tener mejor juicio.
La idea de que la capacidad nuclear de Corea del Norte sea una amenaza para los EE.UU., en particular debido a que Kim podría estar lo suficientemente loco como para atacar a EE.UU., fue desmentida por un reciente informe del New York Times:
El temor no es que el Sr. Kim lanzaría un ataque preventivo contra nuestra costa oeste; lo cual sería suicida, y si algo nos ha demostrado el líder de 33 años de edad, durante sus cinco años de mandato, es que todo lo hace para sobrevivir. No obstante, si el Sr. Kim cuenta con la posible capacidad de devolver el golpe, eso marcaría cada decisión que Trump o sus sucesores tomen con respecto a la defensa de los aliados de Estados Unidos en la región.
En otros términos, si Corea del Norte lograra tomar represalias contra un ataque de EE.UU., la influencia de Washington en Asia disminuiría. Parece que cuando excavamos debajo de la superficie de los argumentos en torno a la “seguridad nacional” para fundamentar políticas exteriores terriblemente peligrosas o violentas, viene siendo más bien el poder y no exactamente la seguridad o el bienestar de los estadounidenses lo que está en juego. De lo contrario, la búsqueda de soluciones pacíficas sería la primera prioridad.
Sin embargo, en fechas tan recientes como junio, el gobierno de Trump rechazó una oferta por parte de Corea del Norte y China, a modo de negociar un acuerdo en el que Corea del Norte congelaría sus pruebas misilísticas y nucleares a cambio de la suspensión por parte de EE.UU. de sus “grandes ejercicios militares” en la península coreana.
Las mismas prioridades imperiales que frenan una solución negociada con Corea del Norte parecen explicar en gran medida la participación de EE.UU. en la guerra y las atrocidades que vive Yemen. En este último caso, se trata de la alianza estratégica de Washington con la dictadura saudí, cuyo apoyo a grupos terroristas, incluyendo al Estado Islámico, le ha valido crecientes críticas en tiempos recientes.
Por suerte, algunos miembros del Congreso ejercen presión para que cese la participación inconstitucional, no autorizada de EE.UU. en la guerra que libra Arabia Saudita en Yemen.
Durante casi tres años, el Poder Ejecutivo ha desplegado el ejército de EE.UU., a instancias de la dictadura saudí, contra un grupo rebelde indígena de Yemen llamado los Hutíes. Los Hutíes no guardan relación con Al Qaeda o el Estado Islámico y se oponen a éstos; ambos objeto de la autorización de 2001 para el uso de la fuerza militar por parte de EE.UU. Un grupo bipartidista de diputados está obligando a que se celebre el primer debate y voto público en Estados Unidos para tratar estas hostilidades no autorizadas, mediante la presentación de una resolución ‘privilegiada’, lo cual supone que pasará al Congreso por encima de las objeciones del ejecutivo, con el propósito de instar al Presidente Trump a que retire las fuerzas estadounidenses de esta guerra saudí, anunciadora de hambruna.
Pero hace falta más presión desde abajo. Las decenas de millones de estadounidenses que ya conocen la diferencia entre “seguridad nacional” e imperio necesitan activarse más para lograr que el Congreso frene al gobierno de Trump.
Hace poco, Bernie Sanders observó que “Arabia Saudita no es aliada nuestra”, y propuso un enfoque más “equilibrado” para tratar el conflicto entre Irán y Arabia Saudita. También se enfrentó al objetivo de “hegemonía global benigna” de la política exterior, que atribuyó a “cierta gente en Washington”, y denunció como un desastre el “marco organizador” de la llamada “guerra global contra el terrorismo”.
Es buena señal, y hace ver que el movimiento que impulsó a Sanders a ganar el 46 por ciento de las primarias del partido demócrata tiene el potencial de ofrecer una política exterior más independiente. El gran apoyo recibido por los atletas que se han puesto de rodillas (“taking a knee”) cuando se entona el himno nacional estadounidense en eventos deportivos es otro hecho positivo que no habría parecido posible hace pocos años. La protesta de los atletas es en contra del racismo y la brutalidad policial, pero a la vez, tanto ellos como sus decenas de millones de seguidores, se han negado a dejarse intimidar por el patriotismo falso y “tarifado” promovido por Trump. También esto tiene implicaciones para la viabilidad de debates que urgen y para para pensar la política exterior de forma independiente.
Trump ha contribuido a este gran despertar, al encarnar y escupir tantos males odiosos juntos que hace falta remediarlos. No hay necesidad de darle las gracias, pues ha hecho del mundo un lugar más peligroso, pero estamos llamados a aprovechar el momento.
Traducción por George Azariah-Moreno.