Cómo se da el cambio en los Estados Unidos: El salario mínimo

05 Enero 2014

Mark Weisbrot
Últimas Noticias, 5 de Enero 2014
Economic Intelligence (U.S. News & World Report), 6 de Enero 2014

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La semana pasada el New York Times informó que “los líderes del partido Demócrata (…) han encontrado un tema que creen podría elevar sus fortunas tanto a nivel local como nacional en el 2014: un aumento del salario mínimo”.

Se trata de una buena señal de que millones de trabajadores mal pagados en el país más rico del mundo finalmente obtendrán un aumento. No es un trato hecho todavía, pero vale la pena observar cómo fue que llegamos a este punto.

Aunque se sabía que la mayoría de los estadounidenses no participaba de los beneficios del crecimiento económico, siendo una realidad bien documentada durante décadas, este hecho solamente se convirtió en un asunto político de importancia cuando un movimiento de base, conocido como Occupy Wall Street, lo adoptó como tema principal. Este movimiento planteó un marco político que resaltaba el conflicto entre el “uno por ciento” – la gente que se había beneficiado enormemente en el período previo a la Gran Recesión – y el 99 por ciento que tuvo que pagar el precio por la avaricia y el exceso de Wall Street y de los ricos.

Gracias a Occupy los medios tomaron mayor nota e informaron mucho más acerca del problema de la creciente desigualdad. Los economistas, investigadores y centros de investigación cuyo trabajo había sido ignorado por los medios durante mucho tiempo, comenzaron a tener más peso en los medios. La conciencia pública al respecto aumentó. Un sondeo del 2011, con el movimiento Occupy en pleno vuelo, encontró que el 66 por ciento del público consideraba que existían conflictos “fuertes” o “muy fuertes” entre ricos y pobres, comparado a un 47 por ciento apenas dos años antes. Algunos políticos comenzaron a alzar su voz acerca de estos temas. El candidato a alcalde de Nueva York, Bill de Blasio, hizo del nivel de desigualdad espectacular en su ciudad su principal tema de campaña – dándole el nombre de “Una historia de dos ciudades” – y obtuvo una victoria aplastante en noviembre.

Aunque el movimiento Occupy se haya disipado – debido en parte a las altas dosis de represión policial para sacar a la gente de los espacios públicos – surgieron otras formas de organización masiva en torno a estos temas. Los trabajadores de comida rápida organizaron paros y protestas que se extendieron a 60 ciudades en todo el país en agosto. Gracias a esta campaña, su historia – la de padres que se esforzaban por alimentar a sus hijos y pagar el alquiler con un sueldo promedio de $9.00 por hora (donde muchos se quedaban apenas con el sueldo mínimo federal de $7.25) – llegó a público más amplio. El ciudadano común descubrió que la mayoría de los trabajadores de comida rápida no eran adolescentes; más del 25% de ellos están criando por lo menos a un niño o niña.

El 4 de diciembre, el Presidente Obama dio un discurso acerca de lo que llamó una “una persistente tendencia durante décadas” de “desigualdad peligrosa y creciente.” Tristemente, pareció no darse cuenta de las políticas deliberadas del gobierno que habían sido la principal causa de esta tendencia de varias décadas de duración. Pero su discurso era notable e inusual para un Presidente de los EEUU: “Desde 1979”, dijo, “cuando me gradué del liceo, nuestra productividad ha aumentado en más de 90 por ciento, pero el ingreso de la familia típica ha aumentado en menos de ocho por ciento. Desde 1979, el tamaño de nuestra economía se ha más que duplicado, pero la mayor parte de ese crecimiento ha terminado en manos de unos pocos afortunados”. Durante décadas, los presidentes no hubieran insistido de esta manera sobre un semejante tema, temiendo que los principales medios los acusaran de fomentar la “guerra entre clases”. Pero el clima político ha cambiado. Obama también se comprometió a “seguir empujando hasta que logremos el aumento del salario mínimo”, y se tomó el tiempo de rebatir los trasnochados argumentos contra el salario mínimo, que desde larga data han sido desprestigiados por estudios económicos.

Ahí está pues: una combinación de acción de base llevada a cabo por activistas y trabajadores organizados, junto a más educación pública, cambió la consciencia de la población a tal punto que los políticos y sus encuestadores han llegado a reconocer que existe saldo político en aumentar el salario mínimo. Cuando se escriba esta historia, la verdadera causa de la reforma pasará en gran parte desapercibida.

Lamentablemente, la propuesta de aumento del salario mínimo a $10.10 a lo largo de dos años que respalda la Casa Blanca – aunque sea importante – no revertirá mucho la magnitud del daño de las últimas cuatro décadas. Imaginemos ahora un movimiento por la reforma de las leyes laborales, en la línea de lo que el Presidente Obama prometió apoyar durante su campaña presidencial del 2008: particularmente la Ley de libre elección para el trabajador, que restauraría los derechos de los trabajadores de los EEUU – degradados de modo significativo desde 1980 – para formar sindicatos y negociar colectivamente. Por supuesto que los grandes grupos de presión empresariales combatirían esta medida con mucha más fuerza que un aumento en el salario mínimo. Pero en 2009, cuando los Demócratas controlaban tanto el Congreso como la Presidencia, existía por lo menos una posibilidad.

La restauración de los derechos de negociación colectiva representaría una reforma estructural que cambiaría el país; y tarde o temprano habrá suficiente organización de base para convertir este sueño en realidad.


Mark Weisbrot es Co-director del Centro de Investigación Económica y Política, en Washington, D.C., también es Presidente de Just Foreign Policy (www.justforeignpolicy.org)

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