13 Agosto 2009
12 de agosto, 2009, Mark Weisbrot
En inglés
12 de agosto, 2009, New York Times Online
12 de agosto, 2009, International Herald Tribune
Vea el artículo en la página Web original
Había grandes esperanzas en América Latina cuando el presidente Obama fue elegido. La posición de EE.UU. en la región había alcanzado un punto muy bajo durante el mandato de George W. Bush, y todos los gobiernos de izquierda del hemisferio se mostraban optimistas de que Obama tomaría una dirección diferente.
Estas esperanzas se han desvanecido. El Presidente Obama ha continuado las políticas de Bush y en algunos casos las ha empeorado.
El derrocamiento militar del democráticamente elegido Presidente de Honduras Mel Zelaya el 28 de junio se ha convertido en un claro ejemplo del fracaso de Obama en el hemisferio. Había indicios de que algo andaba mal en Washington desde el comienzo, cuando la primera declaración de la Casa Blanca ni siquiera criticó, y mucho menos condenó el golpe. Era la única declaración de un gobierno tomando una posición neutral. La Asamblea General de las Naciones Unidas y la Organización de Estados Americanos votó unánimemente por “el regreso incondicional e inmediato” del Presidente Zelaya.
Algunas declaraciones contradictorias emergieron de la Casa Blanca y del Departamento de Estado en los días siguientes, pero el viernes pasado el Departamento de Estado dejó en claro su “neutralidad” entre la dictadura y el presidente democráticamente electo de Honduras. En una carta dirigida al senador Richard Lugar, el Departamento de Estado dijo que “nuestra política y estrategia para la acción no se basa en el apoyo a cualquier político o persona”, y pareció culpar Presidente Zelaya por el golpe: “la insistencia del Presidente Zelaya en emprender acciones de provocación contribuyó a la polarización de la sociedad hondureña y condujo a un enfrentamiento que desencadenó los acontecimientos que llevaron a su expulsión. “
Esta carta se divulgó en todos los medios de comunicación de Honduras, los cuales están controlados por el gobierno golpista y sus partidarios, y una vez más los fortaleció políticamente. Los congresistas republicanos que han apoyado el golpe de inmediato cantaron victoria.
El lunes el Presidente Obama repitió su anterior declaración de que Zelaya debe retornar al poder. Pero para entonces ya no engañó a nadie.
Obama ha dicho que “no puede apretar un botón y de repente restablecer al Sr. Zelaya.”
Pero él no ha accionado las palancas que tiene a su disposición, tales como la congelación de los activos en los EE.UU. pertenecientes a los líderes del gobierno golpista y sus partidarios, o la cancelación de sus visas. (El Departamento de Estado canceló cinco visados diplomáticos de miembros del gobierno golpista, pero ellos aún pueden entrar en los Estados Unidos con una visa normal – por lo que este gesto no tuvo ningún efecto).
Con individuos asociados a Clinton como Lanny Davis y Bennett Ratcliff ejecutando la estrategia para el gobierno golpista, el Pentágono procurando su base militar en Honduras, y los republicanos vinculados ideológicamente a los líderes del golpe, no debería sorprender que Washington esté más preocupado por la protección de sus amigos en la dictadura que por principios como la democracia o el cumplimiento de la ley.
Esto, sin embargo, no justifica la política de Obama ni la hace menos vergonzosa. Washington también ha mantenido un silencio revelador sobre las atrocidades y violaciones de los derechos humanos cometidas por la dictadura: el asesinato de al menos diez activistas de la oposición, la detención e intimidación de periodistas, el cierre de las estaciones de televisión y radio independientes, y otros abusos condenados por Amnistía Internacional, Human Rights Watch y organizaciones de derechos humanos en todo el mundo.
Además de su fracaso en Honduras, la administración Obama provocó declaraciones públicas de preocupación la semana pasada provenientes de líderes como el Presidente Lula da Silva de Brasil y Michelle Bachelet de Chile – junto con otros presidentes – con su decisión de aumentar la presencia militar de los EE.UU. en siete bases en Colombia. Al parecer Washington no consultó con los gobiernos de América del Sur – excepto Colombia – antes de actuar. El pretexto para la expansión, como de costumbre, es la “guerra contra las drogas”. Sin embargo la legislación en el Congreso que financiaría esta expansión permite un papel mucho más amplio, no es de extrañar que América del Sur sospeche. Obama no ha revertido la decisión del Gobierno de Bush de reactivar la Cuarta Flota de la Armada de EE.UU. en el Caribe, por primera vez desde 1950 – una decisión que motivó preocupación en Brasil y otros países
El Presidente Obama también mantuvo las sanciones comerciales de la Administración Bush contra Bolivia, que se perciben en toda la región como una afrenta a la soberanía nacional de Bolivia. Y también, a pesar del mundialmente famoso apretón de manos de Obama con el Presidente Chávez, el Departamento de Estado ha mantenido el mismo nivel de hostilidad hacia Venezuela – en su mayoría en forma de denuncias públicas – como el Presidente Bush hizo en sus últimos dos años.
Las políticas de Obama sólo han provocado reproches leves porque aun goza de su luna de miel, y porque él no es Bush, y porque la mayoría de los medios de comunicación lo sobrelleva. Pero está haciendo un daño grave a las relaciones de Estados Unidos con América Latina, y a las perspectivas de democracia y progreso social en la región.
Mark Weisbrot es codirector del Center for Economic and Policy Research (CEPR), en Washington, D.C. Obtuvo un doctorado en economía por la Universidad de Michigan. Es coautor, junto con Dean Baker, del libro Social Security: The Phony Crisis (University of Chicago Press, 2000), y ha escrito numerosos informes de investigación sobre política económica. Es también presidente de la organización Just Foreign Policy.