08 Junio 2015
Mark Weisbrot
Últimas Noticias, 7 de junio, 2015
Al Jazeera America, 5 de junio, 2015
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La semana pasada, el gobierno de EE.UU. tomó la muy irónica decisión de sacar a Cuba de su lista de “Estados patrocinadores de terrorismo”. Irónica, puesto que EE.UU. ha sido el patrocinador de una campaña terrorista dirigida hacia Cuba. Una campaña que ha durado más de cuatro décadas, desde el lanzamiento de la invasión de la Bahía de Cochinos en el año 1961 y los varios intentos de asesinato organizados por EE.UU. contra Fidel Castro, hasta la explosión de un avión de pasajerosy otros ataques terroristas por parte de exiliados cubanos que operan desde Estados Unidos.
La última medida de Obama elimina un obstáculo hacia la normalización de las relaciones con Cuba, pero existen muchos otros por delante, incluyendo el embargo; junto a la muy repudiada base militar y cárcel de Guantánamo, que según los cubanos pudiera trancar cualquier acuerdo, si no se cierra. Otra ironía más: el gobierno estadounidense se empeña en darle lecciones a Cuba en materia de derechos humanos, mientras que EE.UU. encarcela y tortura a personas en la isla de forma ilegal.
Resulta interesante que los cubanos hayan puesto sobre la mesa otro asunto ante Washington, el cual pudiera tener ramificaciones más importantes para la región que incluso la eliminación de un embargo que ha durado 53 años y que ha sido condenado por casi todos los países del mundo durante décadas. Ya queda claro, como primero lo afirmé hace un mes, que los cubanos le plantearon de forma firme al Presidente Obama que la normalización de las relaciones con Cuba se vería limitada si Washington se negaba a normalizar a su vez las relaciones con Venezuela.
El Presidente Obama parece haber acatado el mensaje, al reunirse con el Presidente Maduro en la Cumbre de las Américas el 11 de abril, marcando así un viraje con respecto a su decreto ejecutivo, en el que declaraba a Venezuela “una amenaza extraordinaria” a la seguridad nacional de EE.UU., al mismo tiempo que envió a un alto funcionario del Departamento de Estado – Tom Shannon – dos veces a Caracas desde el 7 de abril, a modo de hacer las paces.
No es la primera vez que el Presidente Obama ha buscado normalizar las relaciones con Venezuela. En el año 2010, su gobierno intentó restablecer las relaciones al nivel de embajadores. Este intento fue saboteado por la oficina del entonces senador Richard Lugar, probablemente en colaboración con otros elementos afines dentro del Departamento de Estado. El verano pasado, EE.UU. accedió a un encargado de negocios – el segundo cargo más importante después de embajador – en la embajada de Venezuela en Washington. Pocas semanas después, unos fiscales federales de EE.UU. se encargaron de arrestar en Aruba al general jubilado Hugo Carvajal, a pesar de que tenía pasaporte diplomático. Dicha detención estuvo cercana a destrozar las relaciones diplomáticas entre EE.UU. y Venezuela, en vista de que Aruba aprobó su extradición a Estados Unidos, en clara violación de la casi sagrada convención de Viena que protege a diplomáticos. Felizmente, el gobierno de los Países Bajos intervino y ordenó su liberación con base en la inmunidad diplomática.
El patrón es nítido y resulta fácil de entender: dentro del gobierno de Obama y en el Congreso son muchos los que no desean normalizar las relaciones con Venezuela. Así que no fue muy sorprendente ver al Wall Street Journal sacar un artículo de 2.500 palabras el 18 de mayo, con la denuncia descabellada de que el Presidente de la Asamblea Nacional de Venezuela, Diosdado Cabello, era el capo de un supuesto “cartel de drogas”.
Los mismos despachos de los fiscales federales involucrados en el caso Carvajal – citados de forma anónima, por supuesto – constituían las principales fuentes del artículo del Journal. Estas fueron respaldadas por otras partes interesadas, incluyendo desertores y narcotraficantes que con frecuencia reciben sentencias reducidas si señalan con el dedo al villano adecuado.
Se trata de una dudosa obra, que presenta apenas un lado de la historia (el Journal, como gran parte de los medios en EE.UU., parecen “suspender las normas” esenciales del periodismo, incluyendo la corroboración de datos, cuando cubren a Venezuela). Los autores sí incluyeron un tweet de un general venezolano que resumía de forma sucinta la facilidad con la que estos fiscales podían recabar “pruebas”: “Ya saben, el que quiera su green card y vivir en USA para conocer Disney, escoja su líder y acúselo de narco… DEA tours los atenderá.”
Pero el artículo logró transmitir su mensaje: como con el caso Carvajal, estos despachos de fiscalía tendrán imputaciones selladas y preparadas en caso de que alguno de sus blancos dé un paso fuera de Venezuela, con el fin de crear otra crisis diplomática. Obviamente, eso pondría fin a los esfuerzos por parte de Obama de normalizar las relaciones con Venezuela durante el resto de su mandato.
Volvamos ahora a los cubanos y sus negociaciones con el Presidente Obama. Cuentan en este caso con cierto poder de negociación: parece evidente que Obama quiere ser recordado como el presidente que destrabó las relaciones con Cuba. ¿Lo considerarán inocente si elementos de derecha dentro del gobierno de EE.UU. tratan de hacer volar las relaciones EE.UU.-Venezuela? ¿O le recordarán quién es el director ejecutivo de Estados Unidos? Obama se ha mostrado bastante empedernido cuando quiere algo: logró vencer una oposición tremenda, incluida la de uno de los grupos de presión más poderosos de EE.UU., el lobby israelí, para poder avanzar en un acuerdo nuclear con Irán. Pudiera hacer lo mismo con América Latina, si así lo desea.
Mark Weisbrot es codirector del Center for Economic and Policy Research en Washington, D.C. y presidente de Just Foreign Policy. Es además autor del libro de próxima aparición Errados: en qué se equivocaron los “expertos” acerca de la economía global (Oxford University Press, 2015).