América Latina vira hacia la izquierda: es la economía

21 Febrero 2006

21 de enero, 2006, Mark Weisbrot  
En inglés
  En sueco
Éste artículo fue publicado en los siguientes fuentes:

AlterNet – 21 de enero, 2006
ZNet – 21 de enero, 2006

La elección de Evo Morales en Bolivia, con una cifra sin precedentes (para ese país) del 54 por ciento del voto es observada y analizada aquí más que todo en términos políticos.  Él es ex-dirigente sindical de los productores de hoja de coca y se opone a los intentos, patrocinados por los EE.UU., de erradicar la producción de dicho cultivo.  Ha hablado también sobre la nacionalización de los recursos de gas natural, los cuales, hoy en día, son propiedad de compañías extranjeras. “No sólo somos anti-neoliberales, somos anti-imperialistas de sangre,” declaró en un reciente mitin de campaña. Esto será más que suficiente para asegurar que no reciba un trato justo acá en los EE.UU.

Pero haríamos bien en distanciarnos de los aspectos políticos por un momento y echarle un vistazo a estas elecciones en términos económicos. Esto explica mucho de lo que está pasando en Bolivia, y efectivamente, a lo largo de la mayor parte de la región. Bolivia es el país más pobre en Sudamérica – su PIB (o ingreso anual) por persona es de solamente $2.800, comparado con $8.200 para la región latinoamericana y $42.000 en los EE.UU.[1]

  Bolivia también has estado sujeta a acuerdos con el FMI casi continuamente (excepto por ocho meses) desde 1986.  Y también ha llevado a cabo lo que los expertos de Washington han querido, incluyendo la privatización de casi todo lo que se podía vender.  Entre los ejemplos más notables esta el sistema de agua de Cochabamba, lo cual condujo a la famosa “guerra del agua” en contra de Bechtel (el comprador) en 1999-2000 después de que muchos de los residentes fueran forzados fuera del mercado debido a los altos precios.  El sistema de Seguro Social también fue privatizado.[2]

Pero casi 20 años de estas reformas estructurales – o de “neoliberalismo,” así como lo denominan Morales y la mayoría de latinoamericanos – han contribuido poco en términos de beneficios económicos al boliviano promedio. Sorprendentemente, el ingreso per cápita del país es, hoy día, más bajo de lo que era hace 25 años. Y el 63 por ciento de bolivianos vive por debajo de la línea de pobreza.

Así que las declaraciones de Morales no pueden ser descartadas como simple retórica populista de campaña. De hecho, el fracaso económico de los últimos 25 años es ambos, regional y sin precedentes. Para toda América Latina, el ingreso por persona – la cifra más básica utilizada por economistas para medir el progreso económico – ha crecido en cerca de un 1 por ciento durante los primeros 5 años de esta década.  Desde 1980 a 2000, creció solamente en un 9 por ciento.  Comparando esto con un 82 por ciento durante el período 1960-1980 – antes de que la mayoría de las reformas neoliberales comenzaran – y resulta fácil ver que éste es el peor fracaso económico de largo plazo en la historia moderna de América Latina.

Acá en Washington, la mayoría de economistas y políticos han, ya sea ignorado este profundo fracaso económico regional, o sostienen que éste no tiene nada que ver con las reformas estructurales de los últimos 25 años.  Al contrario, ellos argumentan que las reformas no fueron lo suficientemente profundas – y ésta es también la posición de la administración Bush.

Pero la mayoría de latinoamericanos no se lo tragan. Estas diferencias sobre políticas económicas – mucho más que sobre políticas de control de drogas, la guerra en Irak, inmigración, o Cuba – han sido el principal motor que ha impulsado a Washington en dirección hacia un choque directo con la mayoría de América Latina. Evo Morales es ahora el sexto candidato en los últimos siete años en ganar una carrera presidencial con una campaña electoral explícitamente en contra del “neoliberalismo.” Las otras ocurrieron en Argentina, Brasil, Venezuela, Ecuador y Uruguay. Y probablemente habrán más en un futuro cercano, ya que hay 10 elecciones presidenciales más programadas para el próximo año en Latinoamérica.

La conexión entre un conjunto de políticas de reforma – implementadas durante diferentes períodos en diferentes países – y el fracaso económico de los últimos 25 años no pueden ser probados en términos científicos.  Y la historia de cada país es diferente.  Pero existe evidencia sustancial la cual sugiere que muchos de los cambios en la política ocurridos desde 1980 y que han sido abogados por Washington, han contribuido a este desastre económico.

La disciplina fiscal es una buena idea, pero cuando la economía se encuentra en recesión, puede ser mejor tener un déficit presupuestario, así como lo hacemos en los EE.UU. La inflación es algo de lo que siempre se debe estar pendiente, pero los bancos centrales se pueden dejar llevar por este único propósito e imponer tasas de interés muy altas, sofocando el crecimiento económico. Esto se da particularmente si no tienen que rendir cuentas a nadie fuera del sector financiero, o los mercados financieros extranjeros, en lo absoluto.

El capital extranjero puede ser útil, pero abrir completamente los mercados de capitales puede causar estragos con la moneda nacional.  Esto puede hacerle daño al clima de inversiones – un productor que importa partes y produce para el mercado de exportaciones necesita tener idea sobre cuál va a ser la tasa de cambio. Una moneda sobre valuada puede causarle daños a la industria doméstica al hacer que las importaciones sean artificialmente baratas.  Esto también puede ocurrir con la indiscriminada apertura a las importaciones de alrededor del mundo. Y hay veces en que a un país le resulta mejor la reestructuración – incluso unilateral, si es necesario – de una carga de la deuda insostenible, en vez de sacrificar su futuro económico durante muchos años o incluso décadas, solamente para pagar la deuda.

El panorama económico latinoamericano está cubierto con las ruinas de estos y otros errores de política que fueron apoyados, y algunas veces implementados, bajo considerable presión política y económica de Washington y de las instituciones que controla: el FMI, el Banco Mundial y el Banco Interamericano de Desarrollo.  Los gobiernos también abandonaron muchas de las políticas que han contribuido al desarrollo de casi todos los países que han alcanzado altos niveles de ingreso hasta hoy – por ejemplo, ciertas estrategias industriales y de desarrollo – en favor del desarrollo “impulsado por los mercados.”

La semana pasada ambos, Argentina y Brasil, decidieron pagar el saldo de sus deudas al Fondo Monetario Internacional.  El presidente Kirchner en Argentina fue claro como el agua sobre la decisión de su gobierno de reservar una enorme cantidad de dinero ahora – $9,8 millardos antes de fin de año – para librarse del FMI para siempre.  El FMI se ha “comportado con nuestro país como un promotor y vehículo de políticas que han causado pobreza y dolor entre los argentinos,” comentó al anunciar la decisión.

Hubiera podido agregar que el FMI no le dio a Argentina un centavo luego de su colapso económico al final de 2001 y que de hecho, drenó $4 mil millones (4 por ciento del PIB) fuera del país en el calamitoso año de 2002.  Y Argentina tuvo que luchar con el Fondo cada centímetro del camino para implementar las políticas que hicieron posible su recuperación económica: entre ellas, una tasa de cambio competitiva y estable, tasas de interés relativamente bajas, y un impuesto sobre las exportaciones.

Mantener una moneda estable y prevenir la sobrevaluación de la misma fueron estrategias esenciales para la parte de la recuperación impulsada por las exportaciones, y también para fomentar la inversión doméstica.  El gobierno de Kirchner tuvo que intervenir muchas veces en el mercado de divisas, y usar al Banco Central para algo más que combatir la inflación, a fin de conseguir estos objetivos.  El FMI se mantiene en contra de estas políticas. El Fondo también se opuso al impuesto sobre las exportaciones, el cual fue importante para incrementar los ingresos del gobierno. En cambio, el FMI proponía un número de políticas intragables y dudosas económicamente incluyendo el incremento a los precios de servicios públicos, superávit presupuestarios más grandes, y el pago de más dinero a los acreedores extranjeros.

La elección de políticas económicas por parte de Argentina fueron decisivas y exitosas. La economía ha crecido a una tasa anual de cerca de 9 por ciento durante tres años, una racha de crecimiento casi sin precedentes en América Latina en los últimos 25 años. Y fue hecho sin ayuda alguna del exterior y a pesar del drenaje neto de dinero al FMI y otras instituciones crediticias.  Esto explica mucho del éxito político de Kirchner y la actitud del país hacia el FMI y la administración Bush – cabe recordar la bienvenida no tan cálida que recibió el presidente Bush in Mar del Plata, Argentina, el mes pasado.

Aún en el caso de Venezuela, se puede comprender bastante al observar la situación en términos económicos, en vez de políticos. Queda claro que el presidente Hugo Chávez está encerrado en una amarga lucha política con la administración Bush, y mucho de esta lucha se debe al apoyo brindado por éste último al golpe militar en contra de su gobierno, democráticamente electo, en 2002, y a un fracasado referendo el año pasado. Pero la popularidad de Chávez en su país se basa principalmente en el reciente progreso económico del país.

Los primeros cuatro años y medio de su gobierno fueron marcados por una enorme inestabilidad política, incluyendo el vuelo de capital, varios paros petroleros – uno económicamente devastador entre 2002 y 2003 – y un golpe militar. Pero desde que la estabilidad política fue establecida, la recuperación económica ha sido marcadamente rápida.

La economía venezolana creció a una tasa anual de cerca de 18 por ciento en 2004 y cerca de 9 por ciento este año. Además, el gobierno ha incrementado en más del doble el gasto social y está proporcionando servicios de salud gratis a un enorme número de venezolanos pobres, así como también comida subsidiada al 40 por ciento del país. Es común atribuirle todo esto a los altos precios del petróleo, pero éstos incrementaron a un ritmo más rápido y alcanzaron niveles más altos durante los 1970s – y el ingreso per cápita en Venezuela, de hecho disminuyó durante esa década.  De hecho, desde 1970 a 1998, Venezuela sufrió una de las peores caídas en el ingreso per cápita en el mundo: éste cayó en un 35 por ciento. El legado más duradero del gobierno de Chávez bien pudiera ser, no el de desafiar a los EE.UU., sino que la reversión del notablemente largo deterioro económico de su país.

Las mejoras tangibles para aquellos viviendo en los barrios pobres de Caracas han sido notadas en el resto de Latinoamérica, una región con la distribución del ingreso más escandalosamente desiguales del mundo. Pero Venezuela ha cambiado la ecuación económica en América Latina en otra manera muy importante: al usar sus ingresos petroleros para proporcionar una fuente alternativa de fondos. Venezuela le ha hecho un préstamo de $950 millardos a Argentina, y Chávez se ha comprometido la semana pasada a hacer más si es necesario.

Lo cual nos trae de vuelta al caso de Bolivia. Bolivia está endeudada hasta el cuello, principalmente con las instituciones financieras internacionales. Entre ellas se encuentran el Banco Interamericano de Desarrollo, el Banco Mundial, y el FMI – pero es el FMI, y esto quiere decir el Departamento del Tesoro de EE.UU., es el que manda al grupo. En diciembre, el FMI canceló la deuda que Bolivia tenía con éste (cerca de $250 millones), y se espera que el Banco Mundial haga lo mismo con bastante de la deuda, mucho más grande ($1,750 millones), que tiene el país con esta institución. El Banco Interamericano de Desarrollo también sostiene una parte bastante grande de la deuda de este país (cerca de $1,600 millones) y probablemente decida, en los próximos meses, si cancelar o no dicha deuda.

Es probable que las recomendaciones de estos organismos sobre políticas económicas sean las mismas que las que han dado durante los últimos 25 años y contrarias a lo que Morales necesite hacer para cumplir sus promesas. Asumiendo que obtenga apoyo suficiente dentro de su propio gobierno, ¿será capaz de hacerle frente a estos poderosos acreedores y a los representantes estadounidenses en ellas, los cuales tienen poder de veto sobre las decisiones que toman estas organizaciones?

Cinco o seis años atrás, la respuesta hubiera sido: probablemente no. De intentarlo, Bolivia hubiera sido estrangulada económicamente. Pero hoy es un nuevo mundo. Esto se da en parte a que el FMI ha perdido bastante poder. Después de la crisis económica asiática en los últimos años de los 90s, en la que los países afectados tuvieron una muy mala experiencia con el Fondo, los países de mediano ingreso en la región acumularon reservas para nunca más tener que pedir préstamos al FMI. Y Argentina ha demostrado que un país que se encontraba de espaldas en el suelo le pudo decir no al Fondo y se embarcó en una sólida recuperación por sí sola.

El otro factor importante es Venezuela. El préstamo de $950 millardos que Venezuela le hizo a Argentina es más del 10 por ciento del PIB de Bolivia. Y Hugo Chávez es un buen amigo de Evo Morales. Es por esto que Morales será el primer presidente de un país pequeño, extremadamente pobre y altamente endeudado que llegará al puesto en una excelente posición de negociación con los acreedores oficiales internacionales. De hecho, puede que ellos mismos descubran que, así como en Argentina en 2003, lo necesitan más de lo que él los necesita a ellos.

Claramente, Morales todavía tiene muchos desafíos por enfrentar. La mayoría de bolivianos, como él, es indígena, y como tales son más pobres, discriminados y hasta este momento excluidos del poder político. Habrán demandas sobre autonomía política por parte de ellos también, así como de las regiones más ricas. Se harán compromisos, y algunos de sus partidarios en la izquierda serán decepcionados.  Y, en cualquier caso, los desafíos al implementar cualquier estrategia de desarrollo para un país de este tamaño y nivel de desarrollo son considerables.

Pero éstos son problemas internos.  Al menos tendrá la oportunidad de resistir presión extranjera para descarrilar cualquier programa de reforma.

En algún momento, los políticos y economistas de Washington revisarán la evidencia económica y decidirán que a lo mejor, algunas de sus recetas políticas han sido erradas. Pero para ese entonces, América Latina ya los habrá pasado de largo.


[1] En términos de PIB por cápita (en $USD constantes de 1995), el promedio de Bolivia en la época 1960-1985 es $952 por person y en la época 1986-2002 es $881 por persona.

[2] Aquí se podría escribir más sobre el costo de esta privatización en el déficit fiscal. 


Mark Weisbrot es codirector del Centro de Investigaciones Económicas y de la Política (CEPR) en Washington, DC.

 

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