25 Julio 2004
25 de julio, 2004, en Página 12 (Argentina), Alan Cibils
Fracasos Múltiples
Por Alan Cibils
Página 12 (Argentina) — 25 de julio, 2004
Véalo en el sitio original
La injerencia del FMI en la política económica del país conduce a un destino de crisis. El camino para una “estrategia alternativa”
La estrategia oficial de negociación de la deuda sigue siendo motivo de controversias. Sin embargo, la mayor parte de las mismas se circunscriben a cuestiones técnicas y poco se discute sobre algunos otros aspectos muy preocupantes. Es claro que la Argentina no puede sostener déficit en sus cuentas públicas, al menos en el mediano plazo. Pero tampoco puede, en forma sostenida y por treinta años, mantener un superávit primario sin precedentes, tal como lo estipulan las proyecciones macroeconómicas que sustentan la reciente oferta de reestructuración de la deuda. Pretenderlo supone que la Argentina es inmune a los ciclos inherentes a toda economía de mercado, inmunidad que ni las potencias han logrado. Los elevados compromisos de superávit primario rememoran la fracasada política de “Déficit Cero” o la utilización de la recaudación como garantía de pago de acreedores.
El Gobierno está en lo cierto cuando denuncia la complicidad de los organismos internacionales en el desastre económico y social de la Argentina. Como ejemplo reciente, el FMI triplicó sus préstamos al país en el segundo semestre del año 2001, mostrando como mínimo su miopía al intentar apuntalar un sistema irracional e ineficiente, cuando no su complicidad en el financiamiento de la impresionante fuga de capitales ese año. Esta conducta elevó la presencia del FMI como acreedor. Como luego esa acreencia se trata de modo “privilegiado”, implica una quita mayor a los acreedores privados.
El FMI es una máquina de cometer errores. Se equivocó en todas las crisis financieras de los últimos años, en el apoyo a la Convertibilidad, en la lectura de la crisis posconvertibilidad y sus salidas. Presionó para un overshooting del tipo de cambio innecesario con la liberación del mercado de cambios y se desentendió por un tiempo del país esperando la hiperinflación o la definitiva explosión del sistema financiero que no llegaron. Durante casi dos años no propuso nada y luego reapareció mostrando su sorpresa por la recuperación de la Argentina.
Tampoco se puede decir que el FMI haya hecho una autocrítica o que haya reconocido sus múltiples errores. Una serie de documentos recientes del FMI demuestran claramente que siguen pensando que la crisis argentina se produjo principalmente por: 1) un gasto fiscal descontrolado, 2) flexibilización laboral inconclusa, y 3) mala suerte. La conclusión para el FMI es obvia: hace falta más ajuste, más flexibilización laboral, y más suerte.
Pese a su probada inoperancia y acción nociva para el país, el FMI cada vez acrecienta más su poder sobre las políticas domésticas. Por ejemplo, dado que la política social sigue tutelada y financiada con préstamos del Banco Mundial y el BID, y como el FMI es el organizador del cartel de acreedores compuesto por estas tres instituciones, no sólo la política económica sino también la social quedan atrapadas a la aprobación del FMI. Además, el FMI con creciente insistencia pide aumentos de superávit fiscal para pagar una deuda que seguirá siendo impagable. Tal y como está formulada la nueva propuesta del Gobierno, implica la necesidad de volver al mercado de capitales, lo cual requerirá de mayores avales y apoyos del FMI.
Los propios trabajos de funcionarios y ex funcionarios del FMI sugieren que un nivel máximo sostenible de deuda para un país como la Argentina es de 30 por ciento del PIB. Los países miembros de la Unión Europea, por cierto mucho más desarrollados que la Argentina, establecieron en Maastricht un límite al endeudamiento de 60 por ciento del PIB. En cambio, si la reestructuración argentina tiene éxito, para el 2007 y con las propias proyecciones oficiales (o mejor, oficiosas porque se sigue sin publicar la propuesta en detalle) dejarían al país con 80/90 por ciento de deuda sobre el PIB.
Así como, políticamente, el Brady significó un canje que licuó la posibilidad de transferir el problema de la deuda sobre los bancos acreedores responsables de su incremento en los ‘80, hoy este tipo de negociación implica atarse definitivamente al FMI y a los organismos internacionales. De este modo se está cumpliendo el sueño de Rudiger Dornbusch de tener un task force de expertos extranjeros haciéndose cargo del país y monitoreando día a día lo que pasa.
Lo preocupante no es tanto el espíritu nacionalista herido. Lo preocupante es que esos expertos ya han demostrado una ineptitud notoria en materia técnica y un conciliábulo claro con intereses corporativos. Una estrategia en materia de deuda que sigue basada en el aval del FMI y en seguir sus erradas recomendaciones técnicas no parece el mejor camino para encarar una “estrategia alternativa” como pregona el Gobierno.
Alan Cibils es investigador del Ciepp y del Center for Economic and Policy Research.