Ecuador

Ecuador

Article

CoronavirusEcuadorEleccionesAmérica Latina y el Caribe Las elecciones en Ecuador podrían tener consecuencias perdurables
Common Dreams Ver artículo original en inglés Imaginemos un país en desarrollo donde un economista de 43 años con un doctorado de la Universidad de Illinois, relativamente desconocido como político, se postula para presidente y gana. A pesar de las décadas anteriores de corrupción y podredumbre institucional, forma un gobierno competente y aplica la política económica correcta. Las cifras cuentan gran parte de la historia: en los 10 años de su presidencia, la pobreza cayó un 41 por ciento; el ingreso por persona creció a más del doble de la tasa de los 25 años anteriores; y el porcentaje de la economía destinado a la inversión pública y el gasto gubernamental en servicios de salud se duplicó.  Estos y otros avances (por ejemplo, en educación) estuvieron acompañados de niveles sin precedentes de estabilidad política, y Ecuador fue uno de los países más seguros de América del Sur. Bienvenidos al Ecuador en el siglo XXI. Esa fue la primera parte de la historia, que comenzó cuando Rafael Correa asumió el cargo en 2007. Pero luego dejó el cargo en 2017 y las cosas se fueron al diablo rápidamente durante los últimos seis años. El primer presidente de este período fue Lenín Moreno, quien provenía del partido de Correa pero que a los pocos meses se volvió contra él. Purgó el partido de personas leales a su misión progresista original, dejando al movimiento político más grande del país sin partido político. Después purgó el poder judicial y lo utilizó para perseguir a sus oponentes. Esto incluyó al propio Correa, quien enfrentaría una sentencia de ocho años de prisión si regresase a casa. Los cargos y el juicio a Correa fueron una farsa, con una corte que concluyó que él usó “influencia psíquica” sobre otros para cometer delitos. Debido a que se trataba de un caso tan evidente de persecución política, se le concedió asilo político en Bélgica y puede viajar libremente a casi cualquier lugar que no sea Ecuador sin temor a la extradición. Guillermo Lasso, el actual presidente y una de las personas más ricas de Ecuador, fue electo en 2021. En mayo disolvió la Asamblea Nacional y convocó a nuevas elecciones. Se enfrentaba a un juicio político y, muy probablemente, a su destitución por graves acusaciones de corrupción.  Los resultados de estos seis años de destrucción del Estado de derecho, y de cambios de políticas, no fueron agradables. La pobreza alcanzó su nivel más alto en una década, justo antes de la pandemia. Los datos más recientes muestran una tasa de pobreza un 17 por ciento más alta que hace seis años. La recuperación de Ecuador de la pandemia es hoy la peor en América del Sur, en términos de ingreso real per cápita. Y el país también tuvo una de las peores tasas de mortalidad per cápita del mundo debido a la pandemia de COVID. Más aterrador ahora es la espiral de violencia. Bajo Correa, la tasa de homicidios de Ecuador había disminuido de 18 a solo 5,8 por 100.000 (2016), una de las más bajas de América Latina, pero desde entonces se ha disparado a una cifra proyectada de 40 por 100.000 para 2023, una de las más altas del hemisferio. Y esto incluye una violencia política sin precedentes, que incluye el asesinato de un candidato presidencial que había desafiado al crimen organizado, Fernando Villavicencio, el 9 de agosto.  Esta historia reciente es de particular importancia en este momento. Ecuador tiene elecciones presidenciales en menos de una semana y los candidatos representan lados opuestos de las decisiones políticas, objetivos, valores e intereses que provocaron los resultados marcadamente contrastantes de los dos períodos anteriores.  Por un lado, del mismo estrato de riqueza que Lasso (patrimonio neto de al menos cientos de millones) está Daniel Noboa. Es hijo del magnate bananero Álvaro Noboa, la persona más rica de Ecuador. Daniel Noboa fue elegido miembro de la Asamblea Nacional en 2021 y es ampliamente considerado como un representante del statu quo. Esto incluye sus conexiones tanto con Lasso como con el crimen organizado, por ejemplo, a través del ministro de Agricultura de Lasso, Bernardo Manzano, ex alto directivo del Grupo Noboa, quien renunció como ministro en medio de un escándalo de corrupción en febrero. Y hoy, el periódico más grande de Brasil, Folha de São Paulo, informó que Noboa es propietario de al menos dos empresas fantasma panameñas. Esto se mostró en documentos de las filtraciones de los Pandora Papers. Según la ley ecuatoriana, las personas con este tipo de participaciones en paraísos fiscales, incluido Panamá, tienen prohibido ocupar o postularse a cargos electos. Del otro lado está Luisa González, exministra del gobierno de Correa y exrepresentante en la Asamblea Nacional. Ella se compromete a revertir el daño de los últimos seis años intensificando la lucha contra el crimen y la corrupción, así como aumentando la inversión pública en infraestructura, salud y educación. La mayor parte de su programa se basa en una continuación de lo que ella considera políticas exitosas del gobierno de Correa, con esfuerzos adicionales, por ejemplo, en seguridad pública, para arreglar algunas de las grandes cosas que se han quebrado desde entonces. La opción parecería evidente en sí misma. Pero, como hemos aprendido quienes vivimos en Estados Unidos, especialmente desde 2016, mucho puede depender de la información que consume gran parte del electorado. La mayoría de los ecuatorianos probablemente no hayan escuchado los hechos más importantes descritos aquí. Las últimas encuestas muestran que las elecciones del domingo están demasiado reñidas como para tener un claro ganador.  La destrucción del Estado de derecho en Ecuador ha destruido gran parte de los cimientos de la democracia, incluso en las áreas de derechos humanos básicos y elecciones libres. Los periodistas tienen miedo de escribir sobre las conexiones mafiosas de los políticos más ricos y poderosos y de los presidentes; se enfrentan a amenazas de muerte si lo hacen. También pueden enfrentarse a dichas amenazas los testigos clave en casos criminales importantes, como se vio la semana pasada: siete hombres arrestados en el asesinato de Villavicencio fueron asesinados mientras estaban en prisión. Ya no contarán ninguna historia sobre quién los reclutó o les pagó. La experiencia de otros países ha demostrado que el tipo de gobernanza que se ha estado desarrollando en Ecuador durante los últimos seis años (una amalgama de oligarcas, crimen organizado y violencia, corrupción y falta de rendición de cuentas) puede ser extremadamente difícil de reformar cuando se arraiga. Las elecciones del domingo podrían tener un impacto profundo y, posiblemente, perdurable en el futuro del país.

Mark Weisbrot / 14 Octubre 2023

Op-Ed/Commentary

BrasilChileColombiaEcuadorAmérica Latina y el CaribeUnasur La invitación de Lula es a subirse al tren de la UNASUR, no a detenerlo
Folha de São Paulo Ver artículo en el sitio original La cumbre de los presidentes suramericanos en Brasilia el próximo 30 de mayo revierte una especial importancia para el futuro de la región. Lula buscará convencer a los doce presidentes de los países fundadores de la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur), o a quienes asistan, que el regionalismo suramericano debe ser la apuesta estratégica para encarar los retos del nuevo orden multipolar que se perfila. Debe además persuadirlos de que el paraguas institucional desde donde se debe construir esta integración es la Unasur. La tarea no es fácil, sobre todo dado el actual contexto suramericano marcado por la desunión. Lula deberá hacer gala de paciencia y demostrar capacidad de escucha para que todos los jefes de Estado sientan que sus reparos están siendo tomados en cuenta. Pero al mismo tiempo, tendrá que mandar un claro mensaje de que el tren de la Unasur está en marcha y que la invitación es para que los presidentes se monten en él y no para que lo detengan.  El retorno de Brasil y Argentina a la Unasur en abril pasado volvió a otorgar relevancia a una Unasur que muchos daban por moribunda. Hoy, de los doce fundadores iniciales, siete países siguen siendo miembros de la Unasur; pero cinco –Chile, Colombia, Ecuador, Paraguay y Uruguay– no han vuelto aún después de que, entre 2018 y 2020, denunciaran el Tratado Constitutivo de la organización. La primera tarea de Lula será convencer a algunos gobiernos de tinte más conservador de que la Unasur no es un proyecto ideológico, ni mucho menos un club de amigos de izquierda. El conservadurismo político ha logrado posicionar que solo la izquierda es “ideológica”, mientras que la derecha encarna el “pragmatismo”. Lula tendrá que pasar por alto esta manifiesta falacia intelectual para insistir mucho sobre el carácter estratégico –y no ideológico– que revierte una mayor convergencia entre los dos principales subsistemas suramericanos, atlántico y pacífico, para crear un espacio de gobernanza regional de verdadero peso en el sistema internacional. Es la geografía, y no la política o la ideología, la que define la membresía de la Unasur.  Es probable que varios de los invitados estén de acuerdo con la creación de un espacio suramericano pero quizás opuestos a hacerlo a través de la Unasur, privilegiando en su lugar la creación de un nuevo espacio. De hecho, fue así cómo se creó el Foro para el Progreso e Integración de América del Sur, más conocido como Prosur, una cascarón vacío que hoy ha dejado de funcionar. Lula, sin embargo, deberá insistir en la Unasur que, significativamente, goza de un Tratado, para lo cual se tuvo que transitar por muchos años de ardua gestión política y diplomática: las cumbres presidenciales de Brasilia y Guayaquil de 2000 y 2002; la creación de la Comunidad Suramericana de Naciones en la cumbre de Cuzco de 2004; la creación de la Unasur en la cumbre de la Isla Margarita de 2007; la firma del Tratado Constitutivo de la Unasur en la cumbre de Brasilia de 2008; la ratificación paulatina del Tratado por parte de los doce parlamentos de la región; y, con su novena ratificación legislativa, la entrada en vigor del Tratado en 2011. Este largo y tortuoso camino hacia una Unasur jurídicamente vinculante permitió que la organización tuviera un horizonte acordado, reglas de convivencia y una incipiente institucionalidad, incluyendo una secretaría general y doce consejos sectoriales que ya estaban empezando a plasmar políticas conjuntas. Sin tratado, no puede haber organización internacional, sino apenas presidencias pro-témpore, manejadas por el servicio exterior de países que se suceden cada año, sin dotar de músculo propio a la entidad creada. Tener un tratado significa generar un compromiso vinculante que trasciende los vaivenes políticos de la región y de sus miembros. No existe proyecto regional o multilateral de largo plazo que no se dote de un tratado para su funcionamiento. También es importante que se parta del hecho de que el Tratado Constitutivo de la Unasur tiene aún –y a pesar de los esfuerzos para ponerle fin– plena vigencia. La interpretación según la cual se necesita el mismo número de miembros para que el Tratado siga vigente que de ratificaciones para que el Tratado entre en vigencia, o sea nueve miembros, carece de fundamento y desconoce el derecho internacional. Como lo establece la Convención de Viena sobre el Derecho de los Tratados, en ausencia de una cláusula de extinción, el Tratado sigue siendo vigente a nivel internacional mientras al menos dos Estados sigan perteneciendo a la organización. La Unasur por ende existe y tiene en este momento siete miembros. Lula debe por supuesto encantar, convencer, convidar, pero a su vez ser claro sobre el camino que Brasil ha decidido emprender.  Existen varios incentivos para que paulatinamente países en su momento desencantados con la Unasur quieran reincorporarse a la unión. Proyectos estratégicos –por ejemplo en materia de infraestructura, a través de una versión más actualizada y ambientalmente sostenible del IIRSA o del COSIPLAN– deberían suscitar interés. El efecto gravitacional de Brasil es una realidad. Si Brasil hace de la Unasur una verdadera prioridad de su política exterior, tarde o temprano los países suramericanos se orientarán por retornar a la organización. En el encuentro presidencial del 30 de mayo, debe prevalecer la mayor apertura, flexibilidad y pluralismo, pero siempre sin desesperación: a fin de cuentas, aún si varios se rehúsan ahora, los países de la región no terminarán auto-excluyéndose de un bloque regional suramericano que les es beneficioso. Y no siempre estarán en el poder quienes –o los herederos inmediatos de quienes– salieron de la Unasur para diferenciarse políticamente de los gobiernos progresistas que los antecedieron y congraciarse temporalmente con el monroísmo radical de la administración Trump. Más allá de los pasos políticos y procedimentales que aún faltan para relanzar la Unasur, solo con la elaboración de nuevas políticas suramericanas en materia de seguridad, salud, infraestructura, medio ambiente, entre las tantas otras que le urgen a la región, podremos decir que hemos retomado la senda de nuestra integración.

Guillaume Long / 01 Junio 2023

Keep up with our latest news

Suscríbase a las últimas noticias

Expertos en Ecuador Ecuador Experts

To book an expert on this topic, contact our media team.