01 Marzo 2007
Marzo 2007, Mark Weisbrot y Robert Naiman En inglés
La nueva apuesta de Bush para Medio Oriente
Por Mark Weisbrot y Robert Naiman
Common Dreams – 10 de febrero, 2007
Temas para el debate (España) – Marzo 2007
¿Cuál es la estrategia del presidente Bush en Iraq? Ésta es la pregunta que se hacen muchos expertos cuando la guerra ha entrado en su quinto año, en medio de una escalada de violencia y sin un final a la vista. Ni siquiera está clara la estrategia de política interior de la Casa Blanca, aunque, según los sondeos, Iraq fue uno de los principales asuntos políticos que provocaron la pérdida republicana de las dos cámaras del Congreso en noviembre.
Lo cierto es que gran parte de los comentarios políticos del país se han centrado en el desafío que la Administración Bush ha lanzado al electorado. Tras reconocer que él mismo y su partido habían recbido un gran golpe el 7 de noviembe, el presidente Bush respondió con una escalada bélica, enviando veinte mil nuevas tropas a Bagdad.
Es imposible saber lo que el presidente y sus asesores están pensando y hay una enorme incertidumbre sobre las intenciones de la Administración Bush respecto a Irán (como se verá más adelante). No obstante, se pueden realizar algunas observaciones.
En primer lugar, tal vez el presidente Bush se siente como un jugador que ya ha perdido su casa y ahora está apostando el yate. Para él abandonar Iraq en estos momentos sería como admitir la derrota en una guerra que ha marcado su presidencia. En general, los presidentes norteamericanos se han resistido a retirarse de la guerra incluso cuando ya no tenían esperanzas de ganarla: hace años, las grabaciones del presidente Lyndon Johnson revelaron que había continuado con la Guerra de Vietnam después de llegar a la conclusión de que estaba perdida (y de hech fue en ese periodo posterior cuando ocurrieron la mayoría de las muertes de militares estadounidenses). Pero no es sólo el “ego de un matón” lo que está en juego – como definió el influyente columnista de The New York Times, Paul Krugman, las razones del presidente Bush para continuar la guerra – sino también la supuesta credibilidad de un imperio que posee setecientas setenta bases militares distribuidas por todo el mundo.
Los comentaristas de política internacional, que dominan el debate que tiene lugar en los principales medios de comunicación del país, comparten este temor a que Estados Unidos pierda credibilidad, aunque ellos mismos se hayan vuelto contra la guerra. Parece que Bush considera que si puede conseguir reducir – al menos temporalmente – el nivel de violencia sectaria en Iraq, los medios de comunicación volverán a tener esperanzas de “ganar” la guerra y cambie la política en el frente interno. Cuando los iraquíes acudieron a las urnas para votar en enero de 2005, por ejemplo, los medios mostraron a todo el mundo los dedos moraods y se valieron de ese “triunfo”, para proporcionar a la Administración Bush una importante victoria en el campo de las relaciones públicas y una gran impulso para la guerra.
Aunque esta vez se trata de una posibilidad remota, ya que tres quintas partes de los ciudadanos están contra la guerra, el Congreso debate propuestas contra su escalada y tiene un proyecto de ley bipartidista tomando fuerza en el Senado. Pero no es imposible, por lo que la Administración podría considerar que ésta es su mejor oportunidad para mantener Iraq como Estado sometido a sus intereses y, sobre todo, si quiere evitar perder la guerra.
La política interna desempeña un papel fundamental en este drama. En 1987, cuando el presidente Reagan se vio amenazado por un gran escándalo como resultado de una aventura exterior mucho menos costosa (para los norteamericanos) en Nicaragua, los líderes del Partido Republicano se reunieron con él para explicarle que no querían perder la presidencia en 1988 a causa de su temeridad. Uno de estos líderes era el que fuera durante much tiempo consigliere de la familia Bush y antiguo Secretario de Estado, James Baker, que recientemente encabezó el bipartidista Grupo de Estudio para Iraq nombrado por el Congreso. Reagan aceptó nombrar un nuevo Jefe de Personal y se puso freno a la “Revolución Reagan”.
Veinte años más tarde, el Grupo de Estudio para Iraq de Baker ha ofrecido al presidente Bush una manera de salir del caos en que se ha convertido la guerra, con alguna posibilidad de salvar la cara, pero éste la ha rechazado. Las razones no son sólo que Bush sea más radical que Reagan, sino también que la estructura y la base del Partido Republicano han cambiado. No parece existir ningún grupo de “moderados” en su seno, comparable al que había hace veinte años, con suficiente peso político para convencer a la Casa Blanca de que está poniendo gravemente en peligro el futuro político del Partido Republicano al aferrarse a esta guerra. Y así sucede: la última votación para el congreso fue de 55-45 por ciento a favor de los demócratas, y si las cosas continúan su curso presente podría ser aún más desigual en 2008, y perder también la presidencia.
Asimismo, es importante señalar que los principales candidatos presidenciales republicanos – incluyendo el claro favorito John McCain – apoyan al presidente Bush en su escalada bélica, en consonancia con la línea de la base dominante del partido. Algunos de los líderes republicanos, incluyendo a la Casa Blanca, están acusando a quienes critican la guerra de debilitar a las tropas y ayudar a los insurgentes. Pero no parece que esto tenga mucho eco, más allá de las bases leales al partido. Parece que los republicanos están disponiendo las cosas para que cuando se pierda la guerra culpar de ello a la oposición. McCain y otros han estado retando a sus oponentes a que se atrevan a interrumpir la financiación de la guerra, pues creen que con ello los demócratas podrían ser acusados de “traicionar a las tropas”. Los medios de comunicación nacionales contribuyen a este empeño de los políticos favorables a la guerra al apoyar la tesis de que si el Congreso cortara la financiación se pondrían en peligro a los soldados, que quedarían abandonados en el desierto sin municiones. Pero este argumento es falso, ya que aún quedaría mucho dinero disponible para una retirada ordenada. Si tomamos en cuenta el obstinado compromiso de la Administración Bush con la guerra, puede que no sea posible acabar con ella sin una reducción de los fondos asignados por el Congreso.
Irán: ¿una “estrategia de salida”?
En las últimas semanas, la Administración Bush ha adoptado una postura cada vez más belicosa hacia Irán, acusándole de participar en ataques contra las tropas norteamericanas en Iraq y asaltando un consulado iraní en el norte de Iraq. También ha autorizado al ejército estadounidense a atacar a los iraníes en el interior de Iraq. En su discurso de 10 de enero pasado, el presidente Bush prometió “perseguir y destruir las redes que suministran armas avanzadas y entrenamiento a nuestros enemigos”, con lo que se refería a Irán. Aun más inquietante es el despliegue de dos portaviones en el Golfo Pérsico como “advertencia a Irán” y el envío de baterías antimisiles Patriot a los aliados de la región. El nombramiento del almirante de la Armada William Fallon, para supervisar las operaciones norteamericanas en Oriente Medio, también confirma a los analistas que la Administración Bush está preparando un ataque aéreo contra Irán.No cabe duda de que se están realizando preparativos para un ataque militar contra Irán y que la Administración está llevando a cabo acciones que aumentan la probabilidad de una confrontación armada o de un incidente tipo “Golfo de Tonkin” que serviríra como pretexto para esa guerra. La pregunta es: ¿se atreverán?
Hace un par de años no habría sido tan difícil vender esa guerra. La prensa ha demonizado al presidente iraní, Mahmoud Ahmadinejad, que ha colaborado por su parte patrocinado, por ejemplo, una conferencia que niega el holocausto. Y aunque ahora parece demostrado que él nunca realizó el infame comentario sobre “borrar a Israel del mapa”, sí se ha repetido incesantemente en la prensa, lo que serviría de justificación para esta próxima guerra, si llegara a ocurrir. El razonamiento esgrimido para justificar esos ataques “preventivos” es que Irán se está preparando para poder construir una bomba nuclear, que usaría en un ataque genocida contra Israel, o que quizás entregara a los terroristas para ser empleada contra Estados Unidos. Muchos norteamericanos ya han sido convencidos de esto, a pesar de que tanto Israel como Estados Unidos tienen capacidad nuclear para arrasar Irán, si alguna vez llegara a usar tal arma, y el líder iraní no muestre ninguna intención de pretender un suicidio masivo para su país. Pero la justificación para la guerra ya está preparada. Y probablemente se tratará de un ataque aéreo, sin tropas terrestres, lo que suele minimizar las consecuencias políticas internas de la acción en Estados Unidos.
El principal obstáculo que evita un ataque del presidente Bush a Irán es que ya ha perdido demasiada credibilidad. Las elecciones de noviembre fueron un terremoto político que removió el suelo bajo bajo sus pies. Las similitudes entre la situación actual y la etapa previa a la guerra de Iraq – con las inexistentes armas de destrucción masiva y los vínculos funcionales entre Sadam Husein y Al Qaeda – son demasiado evidentes como para que incluso gran parte de los principales medios de comunicación se lo traguen. Se han publicado algunos artículos en la prensa que siguen la misma pauto que el fiasco periodístico anterior a la guerra de Iraq; por ejemplo, un artículo de The New York Times que llevaba el siguiente encabezamiento: “Irán podría haber entrenado a los asaltantes que mataron a cinco soldados americanos, según fuentes estadounidenses e iraqíes”, aunque luego no citaba las fuentes ni aportaba ninguna prueba sobre las explosivas alegaciones.
Pero, con Irán tan lejos de poder desarrollar su capacidad para construir una bomba nuclear, la opinión pública se muestra escéptica y ese escepticismo se refleja también en los círculos políticos y mediáticos importantes. No obstante, puede esperar que la Administración Bush busque la confrontación e incremente la tensión con Irán, con la esperanza de que las circunstancias cambien lo suficiente como para permitir que el ataque a Irán sea políticamente factible. Algunos analistas han señalado que Israel podría llevar a cabo el ataque inicial, lo que facilitaría las cosas a la Administración Bush en el frente interno, ya que Washington podría justificar su participación en dicha guerra como un apoyo en defensa de su aliado.
El papel de Europa
Europa puede desempeñar un importante papel en la decisión de la Administración Bush de atacar Irán. El presidente Bush se niega a considerar la posibilidad de negociaciones y ha conseguido que el Consejo de Seguridad de la ONU imponga sanciones contra Irán (el pasado diciembre). Como sus intenciones son aumentar la confrontación, las negociaciones serían un gran paso atrás.
Esas negociaciones propiciarían una dinámica negativa para el equipo de Gobierno de Bush. Cuando se celebró la última ronda de negociaciones entre los países europeas e Irán sobre el programa nuclear iraní, quedó claro que Alemania estaría dispuesta a aceptar compromisos que permitieron a Irán enriquecer uranio bajo un estricto control de las inspecciones de la UNO. El equipo de Bush no estaba dispuesto a permitir esto, ni siguiera aceptaba la posibilidad de discutirlo, ya que su posición es la de que Irán, con el actual Gobierno, nunca debería poder enriquecer uranio en su propio suelo en ninguna circunstancia, aunque tenga ese derecho garantizado por tratados internacionales.
La Administración Bush ha coaccionado a Europa para que acepte su estrategia de búsqueda de confrontación que lleve a una acción militar contra Irán. La Casa Blanca ha amenazado a menudo a Europa de que si no admite las exigencias norteamericanas, suspenderá el proceso multilateral. Europa debe resistir este tipo de chantaje e insistir en la celebración de negociaciones con irán para resolver la disputa sobre su program nuclear. Si no lo hace, continuaremos acercándonos a otra guerra destructiva y mortal en Oriente Medio.
Mark Weisbrot es codirector del Centro de Investigación en Economía y Política (Center for Economic and Policy Research—CEPR). Robert Naiman es analista de políticas y coordinador nacional de la organización de política exterior Just Foreign Policy.
Traducción: Francisco Muñoz de Bustillo