19 15:50:00 Junio 2022
Por Francesca Emanuele
Los políticos outsiders se han convertido en una tendencia global. Enganchan con votantes hartos de una clase política que ha liderado décadas de gobiernos corruptos e inficaces. Hace un año, la mayoría de peruanos optamos por apoyar al candidato presidencial “antiestablisment”, Pedro Castillo. Y aunque nos salvamos de la consolidación de una mafia autoritaria con Keiko Fujimori, nuestro mal menor nos tiene hoy presos del caos y el paulatino desmantelamiento de las pocas políticas públicas decentes que teníamos.
Este domingo es el turno de los vecinos colombianos de elegir a su próximo presidente. Entre sus dos opciones se halla un outsider, el empresario millonario, Rodolfo Hernández. Pese a que Hernández, conocido como el ingeniero, y Castillo, como el profesor, responden a un contexto nacional distinto, existe un patrón fenomenológico reconocible entre ambos.
Al igual que Castillo en el Perú, Hernández se convirtió en la sorpresa de la primera vuelta electoral de Colombia. A solo un par de semanas de la contienda, Hernández trepó en las encuestas destronando al candidato conservador, Federico ‘Fico’ Gutiérrez, quien era uno de los favoritos. El empresario, como también es llamado, cuenta con un programa de gobierno gaseoso, centrado en vagas consignas anticorrupción y propuestas demagógicas que tendrían un impacto cero (o negativo) en la vida de los colombianos. Hernández ha ofrecido donar su salario de presidente. Castillo anunció lo mismo, como también propuso eliminar la Defensoría del Pueblo; una medida absurda que se asemeja a la promesa de Hernández de cerrar 27 embajadas.
La carencia de una ruta trabajada que proyecte un rumbo al país, predispone a los outsiders a huir del escrutinio público. Los peruanos así lo sufrimos con Castillo, que en campaña le rehuía a la prensa y ya en el Ejecutivo le terminó de cerrar el acceso con cantol. A inicios de junio, el profesor presidente cumplió más de 100 días sin brindarle una sola declaración a los medios. Por su parte, Hernández no participó en ningún debate de la segunda vuelta, y aún recibiendo una orden judicial que se lo ordenó, decidió incumplirla.
Existen otras semejanzas, que van desde sus campañas presidenciales atípicas de bajo presupuesto que apelan principalmente a la identificación y a las emociones; pasando por sus contradicciones constantes y terminando con su desconocimiento vergonzoso de la cosa pública, la geografía nacional, los problemas domésticos, y los distintos espacios y acuerdos internacionales. En uno de los pocos debates electorales a los que asistió Hernández en primera vuelta, un contrincante le tuvo que soplar qué era el Acuerdo de Escazú para que éste pudiera responder la pregunta del moderador. Además, el candidato colombiano dice hoy apoyar los acuerdos de paz, pero votó en contra de éstos en 2016. De Castillo existen numerosos ejemplos que evidencian el desconocimiento del presidente sobre la función de las instituciones multilaterales que visita. Cuando acudió a la Organización de Estados Americanos, instó a los 34 embajadores a realizar “reuniones descentralizadas”, como si se tratara de su gabinete nacional.
Pero quizá lo que tiene mayor relevancia en ambas figuras es su ascenso a la política en solitario. Es decir, sin un partido cohesionado que los respalde. Castillo fue candidato presidencial como invitado de un partido local –Perú Libre– que por primera vez llegaba al Congreso. En menos de un año de legislatura, Perú Libre se partió hasta en 4 facciones, se opuso a las escasas propuestas redistributivas de Castillo, tales como la reforma tributaria, e incluso intentó boicotear un gabinete ministerial. En la actualidad vota en alianza con las fuerzas más conservadoras del parlamento, entre ellas el fujimorismo. Para colmo, algunos de los miembros de Perú Libre han amenazado con deponer a Castillo. El resultado es que las promesas de cambio se fueron por el despeñadero y lo que impera es una estrategia de supervivencia a cualquier costo.
Hernández postula con un movimiento político, La Liga de Gobernantes Anticorrupción, que consiguió solo 2 escaños en la Cámara de Representantes de Colombia. De resultar vencedor, lo más probable es que Hernández no logre construir una coalición para gobernar o, en todo caso, se alinee con las fuerzas más conservadoras del legislativo que apoyan su candidatura. Lo primero devendría en un atolladero similar al peruano, y lo segundo en la muerte súbita de sus consignas antiestablishment.
Pero así como hay coincidencias en su estrategia política y narrativa popular, Castillo y Hernández tienen trayectorias y orígenes muy distintos. El profesor es un exlíder sindical de clase trabajadora rural. El ingeniero es un millonario inmobiliario que fue además alcalde. Estas diferencias aparecen en los sectores que los respaldan, así como en sus formas de comunicación verbal y simbólica. Mientras Castillo es un conservador taciturno, aparentemente conciliador, y demonizado por la derecha peruana; Hernández es un personaje agresivo, ofensivo, misógino, con ambición de poder y aceptado por la derecha de su país. Es comparado regularmente con Donald Trump por frases como tildar a las mujeres venezolanas de ser “una fábrica de hacer chinitos pobres”.
Si algo me preocupa de las elecciones del 19 de junio es que este outsider caudillista resulte elegido. Un personaje prepotente, con poder económico, sin bandera, sin organización política, y con un presunto conocimiento de las mañas de la corrupción (a pesar de enfocar su campaña en lo contrario). Hernández está imputado por supuestamente recibir coimas de una licitación del recojo de basuras cuando era alcalde. El escándalo llegó hasta Washington esta semana, donde un grupo de legisladores de EEUU solicitó al presidente Joe Biden investigar los hechos, pues el ingeniero habría lavado el dinero de sus sobornos comprando unos inmuebles en Florida.
Yo espero que las y los hermanos colombianos lean con destreza la infinidad de señales que desenmascaran a su ingeniero candidato. Creer que un outsider solitario será vehículo de medidas que beneficien a la mayoría no es sino ignorar que la política transformadora solo funciona en colectivo, y sostenida sobre las bases de un horizonte ideológico. La experiencia fracasada del Perú lo confirma.