08 Diciembre 2009
Mark Weisbrot
Fohla de São Paulo, 28 de noviembre de 2009
En inglés
Durante la última década un cambio político imprescindible ha ocurrido en el hemisferio occidental: América Latina, una región que había sido considerado el “patio trasero” de los Estados Unidos ahora es más independiente de Washington de lo que lo es Europa.
Pero aunque que América Latina ha cambiado, la política exterior de los Estados Unidos- aun ahora, después de la elección de Presidente Obama no ha cambiado. Por lo tanto la región, incluyendo a Brasil, se encuentra teniendo que enfrentar sus diferencias, cada ves más, con Washington. El golpe militar en Honduras es sólo un ejemplo reciente y relumbrante.
El Presidente electo es secuestrado a punto de armas y sacado de país en avión, miles de sus seguidores son arrestados, golpeados, torturados, y algunos asesinados por las fuerzas de seguridad; los medios que se oponen al golpe son cerrados de manera intermitente, sus equipos son confiscados. A pesar de denuncias extensivas de estos crímenes desde organizaciones de derechos humanos en todo el mundo, los golpistas ahora tratan de lograr legitimación con una “elección.” Casi todos los países en América Latina dicen que no, nosotros debemos restaurar la democracia, las libertades civiles, y los derechos humanos básicos; Washington apoya la “elección.”
No es solamente sobre la cuestión de la democracia en la que Washington se encuentra en el lado equivocado de la historia. Desde 1960-1980, cuando de acuerdo al folclore de Washington, los gobiernos de la región no podían hacer nada bien, el promedio del ingreso de América Latina creció un 82 por ciento. Desde 1980-2009, un periodo repleto de reformas neoliberales auspiciadas por Washington, la regi[on creció un 18 por ciento. Con razón que la mayoría de los votantes en la región en la última década han votado para el rechazo de las políticas neoliberales. Es poco consuelo que los autores de las políticas fallidas en América Latina ahora han llegado a abatir la economía de Estados Unidos, también.
Es suficiente solamente mencionar la “guerra contra las drogas” en el hemisferio como otro fracaso colosal que ha atropellado la soberanía de varias naciones. La administración de Obama ahora continua la política de Bush de castigar a Bolivia con sanciones comerciales por “infracciones” dudosas. En cuanto a políticas de seguridad, la decisión de la administración de Obama de expandir su presencia militar en Colombia, de nuevo con la oposición de casi todos los gobiernos de América del Sur, ha convertido a Washington, más que nada, en una fuerza destabilizadora en la región.
Brasil no puede permitirse quedarse de lado cuando los Estados Unidos causa problemas en América Latina- el problema más amenazador siendo el caso de Honduras, donde han amenazado empujar la región de vuelta a una época mucho más fea en la que los militares podían derrocar gobiernos elegidos que a Washington y las élites locales no les gustaban. En cuanto a la política fuera de la región, los intereses de Brasil en forjar relaciones con grupos en el Medio Oriente serán más que bienvenidas allí, tanto como en el resto del mundo. Brasil tiene ventajas que le dan la posibilidad de jugar un papel positivo: Lula es uno de los líderes más populares del mundo, el gobierno tiene un cuerpo de diplomáticos con conocimientos prácticos, y Brasil no tiene conflictos de interés que pueden prevenirlo de ser un mediador honesto.
El Brasil de Lula ha firmemente, pero educadamente, rechazado las políticas de Estados Unidos en cuanto a varios temas importantes, incluyendo la propuesta para un “Área de Libre Comercio de las Américas;” el intento por parte de Washington de apisonar un acuerdo que es malo para los países en desarrollo en las negociaciones del OMC en 2003; y el intento fallido de la administración de Bush de aislar a Venezuela en la región. En todos estos temas, y más, Brasil ha tenido razón y ha resultado ser necesitado. Sin cambios mayores que se puedan ver, en la política exterior de Estados Unidos o en la política comercial internacional, en el horizonte, un Brasil independiente y asertivo es probablemente más importante ahora, que nunca.
Mark Weisbrot es codirector del Center for Economic and Policy Research (CEPR), en Washington, D.C. Obtuvo un doctorado en economía por la Universidad de Michigan. Es coautor, junto con Dean Baker, del libro Social Security: The Phony Crisis (University of Chicago Press, 2000), y ha escrito numerosos informes de investigación sobre política económica. Es también presidente de la organización Just Foreign Policy.