17 Febrero 2017
Mark Weisbrot
The Huffington Post México, 17 de febrero, 2017
Opera Mundi, 21 de febrero, 2017
Forum, 21 de febrero, 2017
Folha Diferenciada, 21 de febrero, 2017
Blog de Miro, 21 de febrero, 2017
Outras Palabras, 20 de febrero, 2017
The Huffington Post, 15 de febrero, 2017
The Nation, 14 de febrero, 2017
Ver el artículo original
En un giro apoyado y acogido con satisfacción por Washington, América Latina se ha ido desplazando hacia la derecha durante el pasado año y tanto. Tres de las economías más grandes de América del Sur — Brasil, Argentina y Perú — hoy día ostentan presidentes de derecha con estrechos vínculos con Washington y su política exterior. Mientras que la narrativa estándar del “Consenso de Washington” obvia cualquier papel atribuible a Estados Unidos en la región y considera que los gobiernos de izquierda que fueron electos en Suramérica en las últimas décadas lograron victorias populistas gracias a un auge de las materias primas, con base en dádivas para los pobres y un gasto insostenible. Una vez desinflado este auge, según el cuento, las finanzas de los gobiernos de izquierda y, por lo tanto, sus fortunas políticas, hicieron lo mismo.
Sin embargo, se trata de una narrativa sumamente exagerada y egoísta. Ecuador nos brinda un buen ejemplo de cómo un gobierno de izquierda logró el éxito durante la pasada década mediante cambios positivos y creativos en su política económica, de la mano con reformas financieras, institucionales y regulatorias.
Vale la pena examinar los detalles porque la experiencia de Ecuador derriba en buena parte el mito según el cual la “globalización” limita las opciones de los gobiernos a aquellas que agraden a los inversores internacionales. Resulta que hasta un pequeño país de renta media-baja puede adoptar políticas alternativas viables — con la condición de que el pueblo pueda elegir un gobierno suficientemente independiente y responsable para adoptarlas.
Los resultados a lo largo de la década de gobierno de izquierda en Ecuador (2006–2016) incluyen una reducción de 38 por ciento en la pobreza y de 47 por ciento en la extrema pobreza. La inversión social como porcentaje del PIB se duplicó, lo cual supuso grandes aumentos en los presupuestos de educación y de salud. Las inscripciones en el ámbito educativo aumentaron marcadamente entre los jóvenes de hasta 17 años de edad y la inversión en la educación como porcentaje del PIB alcanzó el nivel más alto en América Latina. El crecimiento promedio anual del ingreso per cápita fue mucho mayor que durante los 26 años anteriores (1,5 frente a 0,6 por ciento), y la desigualdad se redujo significativamente.
La inversión pública como porcentaje del PIB ha doblado, y los resultados — incluyendo nuevas carreteras, hospitales y escuelas y la expansión del acceso a la electricidad — han sido ampliamente apreciados.
Rafael Correa fue electo presidente de Ecuador en 2006 y asumió el cargo en enero de 2007. Anteriormente ministro de economía y formado en EEUU, Correa se puso a corregir ciertos problemas estructurales e institucionales que habían detenido el avance de Ecuador. Las políticas se veían entorpecidas por la adopción del dólar como moneda nacional en el año 2000. Esta situación dio lugar a que el gobierno no tuviera influencia en el tipo de cambio y se viera limitado en su capacidad de recurrir a la política monetaria. Además, se dificultaba más la posibilidad de que el Banco Central pudiera actuar como prestamista de último recurso en el sistema bancario.
Por lo tanto, el gobierno tenía que ser más eficiente y creativo y lograr un mayor control sobre el sistema financiero. En el año 2008, una nueva Constitución fue aprobada mediante un referéndum, y el Banco Central — que hasta entonces había sido “independiente”, con la tarea de centrarse en una inflación baja — en adelante se volvió parte del equipo económico del Gobierno. Este cambio resultó ser muy importante para coordinar la política económica. La creencia generalizada entre la mayoría de los economistas y un pilar del neoliberalismo, es que los bancos centrales deben ser independientes con respecto a las autoridades elegidas. En la práctica, esto generalmente significa que no rinden cuentas al público, pero sin ser tan independientes frente a poderosos intereses financieros.
Una nueva ley en 2009 obligó los bancos en Ecuador a repatriar el 45 por ciento de sus activos líquidos al país; un requisito que fue aumentado al 60 por ciento en 2012 y ya para el 2015 el nivel real era de más del 80 por ciento. Estas, junto a otras reformas que mantendrían los dólares en el país, resultaron ser fundamentales para superar el primer desafío del nuevo gobierno: la crisis financiera mundial del 2008 y la recesión mundial del 2009. Ecuador fue uno de los países más afectados en el hemisferio, en vista de que los precios del petróleo se derrumbaron y que el gobierno dependía de este recurso para la mayor parte de sus ingresos. Otra fuente importante de dólares, las remesas — en su mayoría dinero enviado por ecuatorianos trabajando en el exterior — también se derrumbó durante la recesión. Este doble impacto pudo haber causado una prolongada recesión o depresión, pero no fue así, gracias a importantes aumentos en la inversión pública y un estímulo importante en 2009. La recesión duró tan solo tres trimestres y su costo fue de apenas el 1,3 por ciento del PIB.
El siguiente gran golpe económico fue un colapso mucho más prolongado en los precios del petróleo que comenzó en el primer trimestre del 2014. Esta vez el gobierno fue aún más creativo: por encima de una política fiscal expansiva (es decir, con mayores déficits presupuestarios), el Banco Central de hecho se comprometió con una flexibilización cuantitativa, como lo hizo la Reserva Federal de Estados Unidos para hacer frente a la recesión. El Banco Central de Ecuador creó miles de millones de dólares que le prestó al Gobierno para la inversión pública (y que les prestó también a bancos estatales). Fue algo inesperado en el caso de un gobierno que ni siquiera contaba con su propia moneda, pero resultó ser de gran ayuda para la recuperación económica del país.
Probablemente la medida más importante para lograr la actual recuperación económica en Ecuador también fue la menos ortodoxa. El Gobierno impuso una serie de aranceles a las importaciones, con base en una disposición de la Organización Mundial del Comercio de salvaguardias de emergencia en la balanza de pagos. Calculo que dicha reducción en las importaciones entre 2015–2016 le sumó unos 7,6 puntos porcentuales al PIB durante estos años. Esta medida contrarrestó los recortes implementados por el Gobierno mientras sus ingresos se estrellaban.
De este modo, el gobierno de Correa y su partido (Alianza PAIS) fueron capaces de lograr avances económicos y sociales signficativos, a pesar de dos recesiones causadas por grandes perturbaciones externas. Contrariamente a la narrativa de Washington, este logro se debió a reformas institucionales importantes, a la regulación financiera y a decisiones inteligentes en la política económica, gran parte de lo cual iba contra el grano de la sabiduría convencional neoliberal.
Por supuesto que ayudó que el propio presidente tenga un doctorado en Economía y supiera lo que estaba haciendo, teniendo, desde el inicio, un compromiso serio hacia un cambio progresista. Sin embargo, su gobierno tuvo que luchar contra los poderosos intereses arraigados, incluyendo a los banqueros, quienes eran dueños de la mayoría de los canales de televisión cuando Correa asumió la presidencia. Un referéndum en 2011 prohibió que los bancos fueran dueños de medios de comunicación (y viceversa), y eso fue de cierta ayuda en limitar su enorme influencia en el debate público. Pero los medios de comunicación han seguido siendo una poderosa y politizada fuerza política derechista, como en otros países con gobiernos de izquierda; por ejemplo, Brasil, donde los principales medios de comunicación llevaron a cabo el año pasado un esfuerzo exitoso para retirar a la presidenta del Partido de los Trabajadores, Dilma Rousseff, de su cargo, a pesar de la falta de alguna infracción impugnable.
El legado del gobierno será puesto a prueba en elecciones presidenciales y legislativas este domingo. El candidato del partido de Correa es Lenin Moreno, conocido por su activismo nacional e internacional en favor de los derechos de las personas con discapacidad (él mismo está en silla de ruedas desde que sobrevivió a un robo en 1998). Moreno, quién es popular tanto en su partido como a nivel público y promete expandir las ganancias económicas y sociales de la década pasada, lidera las encuestas más recientes. Su rival más cercano es Guillermo Lasso — no es sorprendente que sea un gran banquero — quien promete recortar los impuestos, incluyendo la eliminación de los impuestos sobre las ganancias de capital, que beneficiarán principalmente a los grupos de altos ingresos. Lasso perdió de manera estrepitosa frente a Correa en 2013. La siguiente es la excongresista de derechas, Cynthia Viteri, quien quiere desmantelar algunas de las principales reformas de Correa; por ejemplo, quiere restaurar la autonomía del Banco Central, eliminar los impuestos sobre la fuga de capitales y reducir el poder del gobierno central.
¿Por qué es importante esta elección? Como señaló Noam Chomsky el mes pasado, “en este siglo, América latina, por primera vez en 500 años, se ha liberado del imperialismo occidental.” La “marea rosa” es también un hecho raro en la historia mundial: los ciudadanos de los países en desarrollo ganando el progreso económico y social a través de elecciones democráticas. (Muy pocas de las historias de éxito del desarrollo del siglo XX o incluso más recientemente; por ejemplo, China, han sido democracias electorales). De 2002 a 2014, la tasa de pobreza en América Latina cayó de 43,9% a 28,2%, después de haber aumentado en las dos décadas anteriores.
Todos estos logros — la soberanía nacional, el progreso social y la democracia — están resultando difíciles de mantener a medida que las fuerzas progresistas de la región se enfrentan a una economía mundial y regional cada vez más lenta, una derecha renaciente que todavía controla la mayor parte de la riqueza, los medios de comunicación y, en algunos casos, sus propios errores económicos. Y si todo eso no fuera suficiente, existe Washington, que durante los últimos 16 años ha tenido una estrategia simple: deshacerse de todos los gobiernos de izquierda de los que se pueda deshacer, y asegurarse de que nunca regresen. Nadie espera nada mejor del nuevo régimen estadounidense.
Puede ser que la mayoría de los medios de comunicación no prestan mucha atención a este nuevo fenómeno, pero los partidarios y opositores del avance de América Latina hacia la independencia y gobernanza progresista en el siglo XXI seguirán estas elecciones.
Traducción por George Azariah-Moreno, Indaga (cooperativa de investigación social) y Rebecca Watts.